Coco intenta llamar la atención de su dueño cuando pasa por la jaula donde vive. Este loro guacamayo dice “está rico” mientras come una bola de pienso en el zoo La Grandera, de Soto de Cangas (Cangas de Onís). Es uno de los pocos animales que queda ya en el que fuera el proyecto del cangués Ernesto Junco durante más de 30 años y que ha tenido que cerrar. La inactividad que generó la pandemia asfixió a la empresa. Atrás quedaron los días en que todos los recintos vallados y las jaulas estaban llenas de animales. Más de 400 ejemplares de distintas especies ha llegado a tener. Las visitas del turismo sufragaban íntegramente los gastos de la instalación, que llegó a tener siete empleados, más los estudiantes en prácticas que acudían por el verano a empaparse de los conocimientos de Junco y su equipo. Nada que ver con lo sucedido en los últimos dos años tras el estallido de la crisis sanitaria, que lo complicó y paralizó todo.

Ahora son varios los vecinos que acercan al zoo comida para ayudar a Ernesto a alimentar a los animales que quedan. Solo en el alimento de un mes empleaba unos 6.000 euros. “El primer confinamiento ya fue muy malo. Como para mucha gente, la pandemia fue la estocada final. Aquí aún cerrados había muchas bocas que alimentar.”, explica Junco.

El Principado se llevó el pasado miércoles los ejemplares “irrecuperables” que se destinarán a programas de educación ambiental, según explica el cangués. “Eran animales procedentes de accidentes”, detalla. En recinto, lleno de frondosa vegetación, solo quedan los que legalmente pueden hacerlo al ser de su propiedad.

“A pesar de los años, me crezco ante las dificultades; me sigue apeteciendo ayudar”, asevera

“Da pena por los animales y que tengamos que cerrar en una zona tan turística, cuando en otros sitios están tratando de hacer cosas parecidas”, lamenta Ernesto Junco.

Nacido en la localidad canguesa de Cabielles, su interés por el medio que le rodeaba comenzó muy pronto, observando su evolución con paciencia y dedicación. Aficionado a la fotografía y al cine, trabajó como cetrero en el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente en los aeropuertos madrileños de Torrejón y Barajas. También fue funcionario del Ministerio de Justicia de donde pidió una excedencia para dedicarse de lleno al proyecto del zoo, que abrió sus puertas en 1989, en un principio con fauna autóctona, aunque luego fueron introduciendo otro tipo de especies, “raras” en muchas ocasiones.

Criaron varios animales con éxito como los osos, muchos se llevados al nacer a otros zoológicos de España. El único que queda de ellos ya es “Lolín”. También crían con éxito ejemplares de cálao terrestre, un ave grande y robusta propia de África.

Pese a todo lo sucedido a raíz de la pandemia, Junco no ha tirado la toalla. Su cabeza está llena de proyectos en los que quiere aportar experiencia y conocimiento en favor del cuidado del entorno. “Tenemos las instalaciones, tecnología y conocimientos”, señala. De hecho sus buenos resultados en la cría del alimoche podría ser uno de los proyectos de futuro en colaboración con la Fundación Grefa. También ha realizado estudios sobre las plagas exóticas para poner remedio al daño que causan parásitos como la avispilla del castaño.

Su conocimiento de los lobos le hizo desarrollar un estudio sobre los elementos que les asustan, algo que podría evitar los daños a la ganadería extensiva en la zona. “Lo llevo estudiando varios años y los desarrollamos en la pandemia. Ahora quedaría probarlo en el monte y registrarlo todo con cámaras”, dijo. Su proyectos los ha hecho llegar al Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco). Allí también ha presentado, para optar a las ayudas a la Biodiversidad, dos proyectos: uno sobre especies en vías de extinción o extinguidas, como el halcón Borní o lanario, y otro para la reintroducción del gallo lira y el grévol.

Lamentándolo mucho, Ernesto Junco ha tenido que decir adiós a su proyecto de más de tres décadas con el zoo de Soto de Cangas por el que tantas generaciones de cangueses y tantos turistas han pasado a lo largo de estos años. Pero, pese a ello, mantiene sus ganas de transmitir conocimiento y la experiencia con la naturaleza, “especialmente a la gente joven que tenga interés”.

Así, sigue alimentando su ilusión por seguir adelante y reconvertir el mismo espacio del zoo en un lugar lleno de posibilidades. “A pesar de los años y los problemas, a mí las dificultades me crecen. Me sigue apeteciendo mucho salir al monte, ayudar a la gente, trasmitir los conocimientos”, incide Ernesto Junco, aún con mucho que aportar.