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Música

Intimismo pianístico y ejemplar sinfonismo

Intimismo pianístico y ejemplar sinfonismoluisma murias

Espléndido concierto el ofrecido por la Orquesta Filarmónica de Montecarlo y el pianista Jean-Yves Thibaudet, que ha dejado para el recuerdo el de la Orquesta de San Petersburgo, que no estuvo a la altura de las expectativas artísticas, con el coste añadido que supone una producción como ésa. La Orquesta de Montecarlo, con Foster al frente, articuló un programa comprometido y denso, en el que no hubo espacio para flecos en la precisión sonora de un conjunto verdaderamente brillante. La orquesta es fabulosa, lo ha demostrado. El control sobre el repertorio fue absoluto y la precisión interpretativa de primera clase, con una audacia sobre los planos sonoros espectacular. Foster no deja espacio para la improvisación en la interpretación y esto, insistimos, junto a la precisión global del conjunto, ha sido un aspecto básico en el desarrollo del concierto. Algunos directores -entre los míticos hay diferencias de criterio en este aspecto- llevan las obras controladas al milímetro para que absolutamente todo esté en su sitio, ¡a cuántos músicos desespera la obsesión de muchos maestros de llevar esto al extremo, incluso hasta en el último minuto de las pruebas acústicas! Otros prefieren, con orquestas de nivel, por supuesto, hacer más hincapié en aspectos puramente interpretativos, dejando espacio para la flexibilidad de la orquesta en el mismo momento del concierto, con un margen para la magia que puede producirse en la música en vivo; aunque esto solamente esté al alcance de maestros verdaderamente carismáticos. Creemos que Foster ha optado por la primera opción, y con resultados espectaculares. En este sentido el público español se puede percatar de lo ajustado de la propuesta directorial en una parte como la «Andaluza» de las «Tres danzas españolas» de Granados -qué empeño en poner en los programas con mayúsculas los sustantivos y adjetivos en los títulos de la obras, sin duda por influencia de las traducciones inglesas de ciertos títulos, ¿pero en obras con títulos originales en castellano?-, quizá la más conocida por el gran público, y en la que el oyente español espera, por habituales, determinadas cesuras no escritas en la partitura. La versión de Foster fue igualmente precisa, pero, como decimos en el lenguaje coloquial, ejecutada a piñón fijo.

Con el Concierto para piano n.º 5 «Egipcio» de Saint-Saëns se llegó a uno de los momentos verdaderamente especiales de la velada. Todas las virtudes de la orquesta se pusieron al servicio de un solista que se adaptó al carácter de la partitura acomodándose a ella en vez de lo contrario, como sucede en algunos casos entre las primeras figuras pianísticas del «star system». Thibaudet lo hizo con una inteligencia pianística que merece el reconocimiento que su figura proyecta, sin caer en la exhibición pianística banal. Muy al contrario se deleitó en la riqueza colorista con un increíble dominio de recursos pianísticos allí donde otros no llegan, destacando sobresalientemente precisamente en una aparente pero muy estudiada discreción que, en realidad, fue un alarde de matices, de control de registros, de riqueza colorista íntima de delicados trazos y pinceladas milimétricas con impactantes resultados. En lo melancólico funde el canto del piano con el sentimiento, con la serenidad requerida, en lo virtuosístico exhibió la variedad exótica de recursos tímbricos creando atmósferas, recreando instantes de perfumadas imágenes. El carácter dramático y triunfante de la fanfarria final resultó, asimismo, de un tremendo impacto por la perfección técnica con la que orquesta y solista se compenetraron, hasta visualmente las trepidantes pulsaciones se hicieron vívidas. El Schumann de propina fue un gozo en la misma exquisita línea. La segunda parte continuó con el carácter inequívocamente francés de la propuesta programática, con «La Mer» de Debussy y con la Suite n.º 2 del ballet «Baco y Ariadna» de Roussel. Fue toda ella un «tour de force» orquestal, en el que el conjunto mostró su pétrea disciplina sonora con un equilibrio ejemplar, tanto en su masa sonora como en el despliegue en el vuelo de los matices seccionales y solísticos. La versión orquestal de una de las «Gymnopedies» de Satie de propina sirvió, después de todo, únicamente como un sedante, su ligereza se hallaba en las antípodas de lo interpretado tan sólo un instante antes.

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