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El arte como terapia

Los cuadros de un esquizofrénico que se exponen en el Calatrava con motivo de un congreso médico reflejan las distintas fases de su enfermedad

El arte como terapia

David ORIHUELA

La historia del arte ha dejado obras en muchos casos incomprensibles desde una perspectiva normal, convencional, pero que, en todo caso, remueven algo en el interior del espectador. En muchos casos se ha tachado de «locos» a los artistas por aquello de la incomprensión del receptor del mensaje. Y no locos pero sí enfermos mentales los ha habido y los hay. Las obras de Kierkegaard o Rilke forman parte de sus historias clínicas junto a radiografías o todo tipo de analíticas. Utilizaban la angustia como un acicate de la producción literaria.

La psiquiatría no ha permanecido ajena a este fenómeno, y ya en el primer congreso mundial de la especialidad, celebrado en París en 1950, se celebró una exposición de pintura y se creó la sección de arte psicopatológico dentro de la Asociación Mundial de Psiquiatría.

El Palacio de Congresos de Buenavista, diseñado por Santiago Calatrava, acoge estos días el XV Congreso nacional de psiquiatría, y los organizadores no han podido ni querido dejar el arte al margen del debate.

El Calatrava es palacio de exposiciones y congresos, así que los profesionales que acudan a conferencias y reuniones de trabajo también pueden contemplar la muestra «El cerebro creativo».

Nadie ha dicho que un enfermo mental no pueda ser un gran artista. Nada tiene que ver lo uno con lo otro, y muchos han «utilizado» sus «problemas mentales», o incluso han generado estados alterados de conciencia, para crear.

La psiquiatría no cataloga las obras de arte, pero sí las utiliza, no importa tanto el resultado final como el proceso creativo y la utilización del mismo que hace el paciente.

En el Calatrava se pueden contemplar cuadros de Ana Cristina Moya Rubiera, Clara J., Fernández Ortiz, Fernando Falagán, Ignacio Vidau Navarro, José Cuberto Briz, José María, Rocío C., Silvia, Valentín Álvarez, Valentín G. y Víctor Robles.

La experiencia pictórica de los pacientes con enfermedades mentales se puede ejemplificar en las siete obras de José María, un gijonés que durante años fue tratado por el psiquiatra ovetense Pedro Quirós.

José María pintó durante su enfermedad más de 300 cuadros que ahora son propiedad de Quirós. La familia de José María se los cedió tras la muerte del enfermo.

«En los cuadros se pueden apreciar las distintas etapas de la enfermedad, de su doble personalidad», explica Quirós, que utilizó las obras «como medio de comunicación» con el paciente. José María era una persona reservada, «como buen esquizofrénico», apunta el doctor, y poco comunicativa, así que los cuadros eran una vía de escape para mostrar sus pensamientos o sentimientos.

Una de las técnicas que más llama la atención del psiquiatra, y que aún nadie ha sabido explicar, es la que José María utiliza en algunas de sus obras, y que sorprenden no sólo a los médicos, sino también al espectador. Son los que Quirós denomina «cuadros invertidos», que, según su opinión, son reflejo de la patología cerebral de José María, un hombre que, por otra parte, no tenía ninguna formación pictórica pero que acabó dando clases de pintura a los internos de la clínica San Rafael de Oviedo, que dirige el psiquiatra ovetense.

La utilización que José María hace de la pintura como método de catarsis o de liberación queda también patente en una de las obras que se exponen en el Calatrava. Un rostro con gesto atormentado en el fondo del lienzo. En primer término unos barrotes metálicos cubren una parte de la obra encerrando al hombre, en la otra parte del cuadro los barrotes han sido sustituidos por dos pinceles que ya no cierran ni encierran, sino que dejan espacio libre para escapar del tormento. Bajo todo esto aún queda lugar para otra referencia. En la parte baja del cuadro, ya fuera del marco, unos cables de colores son, a la vista de Quirós, «las conexiones cerebrales de José María».

Pedro Quirós ha hecho una selección de ocho de los 300 cuadros de José María y a través de ellos puede ir explicando distintas fases de la enfermedad de su paciente. No se trata de un proceso lineal en lo cronológico, pero en su día, con José María aún vivo, sí que sirvieron para que médico y paciente se comunicasen y el doctor descubriese algunas claves de la enfermedad que el esquizofrénico no explicaba de otro modo.

Más información, en página 75

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