Me preguntan qué significa ser de donde soy. Uno asocia su pueblo natal al descubrimiento de sí mismo y del mundo; el balcón de mi dormitorio donde cagó un gorrión, el rayo de sol que iluminó un velo de polvo en el aire, el aroma de los sanjuaninos, el sabor de una fresa, el pupitre donde discurrí sobre mi naturaleza (cuánto soy de agua, cuánto de pensamiento y de emoción), el sonido del río y el remolino donde me enrosqué, la brisa del mar, la resaca que me quitó la arena bajo los pies, la rubia de ojos azules en el verano gris y la vergüenza de rendirse a ella, la melodía de la tabla de multiplicar, el ladrillo que templaba las sábanas del invierno, las campanadas de gloria y las de muerto, los Reyes de Oriente, el cine del Oeste, los sueños, la nieve, «Black is black»... Ser de donde soy lo es todo, es mi esperanza en el pasado.