Coroné el Puerto de El Palo ya anocheciendo. En una de aquellas luces perdidas a lo lejos, hacia el Sur, me esperaba Nieves.

Estaban muy lejos los tiempos de nuestra pubertad, cuando me enamoré de ella como un probín, situación que resolvió sin problema con la frase-comodín: "yo también te quiero, Carlos, pero como un hermano", con efectos equiparables a que me tocase la mili en Ifni. Pero siempre quedó entre nosotros una buena amistad.

Acabó casándose con Juan, deportista y guaperas, y con dinero en el bolsillo gracias a su plaza de oficial de notaría. Yo también organicé mi vida por otros lares, y nuestros contactos pasaron a ser esporádicos, limitándose a apresurados encuentros callejeros, en los que nos cruzábamos los consabidos saludos y nos mentíamos con lo de "¿Pero qué haces que por ti no pasa el tiempo? Oye, tenemos que tomar un café un día de estos, recuerdos a Juan, un beso a Blanca".

En esos microencuentros callejeros yo me enteraba de lo sustancial, que trabajaba de puericultora, que no tenía hijos, y que seguía veraneando en Tapia.

Pasó bastante tiempo -años- sin que nos cruzásemos pero un viernes, al entrar en una librería del centro, la vi. Se alegró mucho cuando la agarré por el brazo y le largué un "¿qué, oh?". Había elegido varios libros, como pertrechándose. "Tengo que contarte", me dijo.

Me puso al día ante un café: de pronto se dio cuenta que estaba cansada de Juan, de las cuñadas, del jardín de infancia, de una vida plana, de las semanas iguales una tras otra, de todo. Vendió el piso de sus padres en Oviedo, que le había tocado a ella en la herencia, unió un poco de dinero que tenía ahorrado, encontró una casa en un pueblo de Allande, del Palo P'aló, como decían los lugareños- y se largó.

"Y allí vivo feliz. Y barato. Cuando necesito algo voy a Berducedo, o a Grandas, o a La Pola. Y de vez en cuando a Oviedo, a eso que se llama socializar, aunque no me hace falta: entre familiares y conocidos siempre hay clientes y a pocos metros tengo vecinos, que me tratan como una reina", me dijo sonriendo.

En el pueblo volvió a descubrir las estaciones, la paz, lo dulce de vivir. Tenía un gato que se llamaba Nestor y que le mantenía los ratones alejados, un enlace razonable de internet, la radio, y el goce del correo postal. Estaba conectada al mundo.

"Por supuesto quedas invitado. Hay habitación de huéspedes. Solo tienes que llevarme un buen aceite, o queso? y conversación. El vino lo pongo yo. Es de allí al lado, un poco bronco. Yo te mostraré los yacimientos de oro romanos que tengo frente a la casa y si llegas en verano te regalaré una cesta de las ciruelas más sabrosas que hayas disfrutado nunca. Como ves, en la aldea no hace falta gastar dinero para hacer regalos", comentó.

Por supuesto acepté. Hay pocas frutas equiparables a una ciruela en sazón. Las variedades habituales de ciruelo -cirolal en asturiano- en nuestra tierra son la claudia -de poca producción pero exquisita y resistente a las enfermedades-y la japonesa -de mucha producción y pulpa muy jugosa y dulce aunque con piel ácida, y menos resistente ante hongos.

Menos longevas que el manzano. No son exigentes en suelo, sí en sol, y son menos longevas que el manzano. Su principal ventaja para el cultivador novel que no exigen podas de importancia, casi limitándose a eliminación de chupones. Además de su sabor y dulzura, y su riqueza en vitaminas y minerales, su pulpa macerada sirve de crema rejuvenecedora del cutis. En orujo o anís dan una bebida espirituosa deliciosa.

,Al abrir los postigos de mi ventana a la mañana siguiente vi un paisaje de ensueño, con el frente de corta de A Fana da Freita, la gran mina de oro romana perfilada por el cielo azul. De la cocina llegaba el aroma a café y tocino frito, y en mi mesita esperaba un cuenco con ciruelas claudias. Mordí una mirando al horizonte. Estaba en su punto. Y supe en que consistía ser centurión.