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Adiós a la última memoria de la República

El ovetense Fernando Rodríguez Miaja, sobrino del general Miaja y testigo de la caída de Madrid, falleció en México a los 103 años de edad

Fernando Rodríguez Miaja, en una imagen tomada en 2013, en Oviedo

Adiós a la memoria del exilio. El ovetense Fernando Rodríguez Miaja era el último testigo vivo del hundimiento de la República. El último que quedaba de los que pasaron los bombardeos del ejército sublevado en un búnker madrileño desde el que se coordinaba la defensa de la capital española. Sobrino y secretario particular del general José Miaja Menant (también ovetense), Fernando Rodríguez Miaja falleció en México a los 103 años. Antifranquista hasta al final, pero crítico con “excesos” como el de Paracuellos, tuvo que exiliarse en México. En el país azteca hizo una brillante carrera como ingeniero, pero para llegar tuvo lugar una odisea por tierra, mar y aire que le relató a LA NUEVA ESPAÑA cuando dictó sus memorias en el año 2013.

En 1936, cuando todo estalló, el decano del exilio republicano era un joven soldado de 19 años que estaba a las órdenes de su tío, el general Miaja, que será recordado por haber evitado la caída de Madrid durante la Guerra Civil. Pero el avance de las tropas franquistas fue imparable y, por la ciudad del “no pasarán” se produjo la entrada triunfal de los sublevados. Unas pocas horas antes un coche salía con dirección a Alicante; en él viajaban tío y sobrino. Tras un par de días en la ciudad valenciana, siempre juntos, la pareja de republicanos despegó del aeródromo de Rabasa en un bimotor equipado con una brújula. La primera parada la hicieron en la ciudad de Orán, en Argelia.

En aquel avión de seis plazas viajaban los últimos militares de la República. Junto a los Miaja viajaban el teniente coronel Pérez Martínez, el mayor Páramo Roldán, el capitán Corrochano y el teniente Barcáiztegui. Todos fallecidos. De todos ellos solo el general Miaja y su sobrino fueron autorizados por el gobierno francés a viajar a Marsella. De Maresella, sobrino y general fueron a París, donde se reunieron con el depuesto Juan Negrín. Según contó el sobrino del general, fue el propio Negrín quien les financió la huída, que les llevó a desembarcar en Veracruz pasando por La Habana.

El ovetense no volvió a España hasta 1977, ya muerto Franco. Entonces visitó la Zarzuela de la mano de su amigo de la infancia, Sabino Fernández Campo. Al entrar en el palacio contaba que le saludaban los militares que, en otro tiempo, “le hubieran fusilado”. Fueron largas décadas lejos de la tierra asturiana por la que mantuvo una querencia especial hasta el final de sus días. A Oviedo le ligaba su nacimiento, sus amistades y su familia.

Ingeniero militar de formación, con cien años seguía acudiendo a diario a la empresa de construcción que estableció en México. “Ya no me comprometo a proyectos de más de treinta años, no sea que se queden a medias”, bromeaba después de haber sobrepasado el siglo de vida. Fiel a sus principios, el sobrino del general se definió hasta el final de sus días como un hombre de izquierdas. “Hice la guerra luchando contra todos los “ismos”, fascismo, nazismo, franquismo”. Y dejó testimonio de aquel legado ya perdido en dos libros: “El final de la Guerra Civil: Al lado del General Miaja” y “Testimonios y remembranzas. Mis recuerdos de los últimos meses de guerra de España (1936-1939)”.

Sobrino, compañero de armas y yerno del “defensor de Madrid”

Los vínculos del fallecido Fernando Rodríguez con el general Miaja son múltiples. Por orden cronológico, el primer lazo que les unió fue la sangre, el decano del exilio, era hijo de la hermana del “defensor de Madrid”. El segundo, el militar. Tío y sobrino sirvieron juntos durante la Guerra Civil, y, después, huyeron juntos hasta tierras aztecas. Pero aún quedaba el civil. El ingeniero militar contrajo matrimonio con su prima, Josefa Miaja Menant, hija del mismo general para el que hizo de secretario personal durante la guerra. Junto a ella y la familia del general, tras la contienda, se instaló en México, donde comenzó una nueva vida que, con el tiempo, resultó floreciente. Hasta el final de sus días, Rodríguez Miaja dirigió uno de los grandes grupos de construcción de México. Además de ello, el exiliado formó parte del Patronato del Ateneo Español del país azteca.

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