El periodista y escritor Adolfo Casaprima inicia hoy una serie de tres entregas en la que hace un repaso para LA NUEVA ESPAÑA de la historia de los aguaduchos y demás locales hosteleros que existieron a lo largo de diferentes épocas en el Campo San Francisco de Oviedo. El serial es oportuno tras la inauguración el pasado jueves del nuevo establecimiento instalado por mandato municipal para sustituir al anterior, que permaneció cerrado durante años debido a su avanzado y lamentable deterioro. 

El pasado jueves subió la puerta pivotante de su mostrador un nuevo local de hostelería en nuestro pulmón verde para, se esgrime, “dotarlo de vida” (ojalá se cumplan las expectativas).

Queda abierto, así, el que podríamos denominar moderno “aguaducho del siglo XXI del Campo”.

Sustituirá al viejo, destartalado e inutilizado chiringuito que languidecía a la vera del estanque de los cisnes. Porque si hacemos caso a la RAEL, podemos hablar indistintamente tanto de aguaducho (“puesto donde se venden agua, refrescos y otras bebidas”), como de chiringuito (“quiosco o puesto de bebidas”), instalaciones que parecen diferentes a los auténticos puestos de comidas que, bajo la segunda denominación, inundarán el Bombé y La Herradura en las próximas fiestas mateínas.

Y es que el Campo siempre ha gozado (o sufrido) de un apetecible atractivo para la hostelería desde mitad del siglo XIX, cuando pierde la naturalidad de la zona rural y se convierte en un auténtico parque público y urbano tras anexionarse el jardín botánico que la Universidad de Oviedo había acondicionado en las huertas del enajenado convento de San Francisco (ubicado donde hoy se alza la Junta General del Principado, antigua Diputación Provincial).

Negocios de todo tipo.

Aquel espacio extramuros considerado “campo” por donde paseaban los ovetenses fue poco a poco engullido, delimitado y urbanizado hasta quedar inmerso en la propia trama urbana. Ahora pertenecía a la misma ciudad. Parque público significaba lugar de recreo y solaz para la burguesía. Los concurridos paseos vespertinos de la sociedad ovetense por el Campo en las estaciones propicias no pasaron desapercibidos para avispados empresarios, pues allí se hallaba una potencial clientela que no podían dejar escapar.

Estos son algunos tipos de negocios que a lo largo de los dos últimos siglos han pretendido abrir en el Campo: instalaciones ecuestres, circos, salas cinematográficas, teatros, bañeras (casas de baño más sencillas que los balnearios), gimnasio deportivo, guardería, bibliotecas de variado temario, pabellones de ferias comerciales, emisora de radio, museos de trajes regionales o de objetos artísticos, ganaderías, pista cde coches de choque, tío vivo, amén de todo tipo de atracciones festivas durante San Mateo, desde norias que obligaban a podar ramas e incluso talar ejemplares a barquitas en el estanque que precisaban retirar las aves. Y todo tipo de tenderetes de cualquier producto, algunos de los cuales se “despejaron” del espacio verde para aunarlos en El Escorialín: venta de flores, estanco, venta de periódicos, lotería y limpiabotas, que todo cupo en tan reducido edificio, cuyas obras se dilataron por espacio de seis años. Afortunadamente, la ciudadanía ovetense supo, ante la inacción de los políticos, alzar su voz en los momentos más críticos para frenar los ímpetus apropiadores de quienes miraban más sus bolsillos que el futuro de la ciudad.

Pero, centrándonos en lo que ahora nos ocupa, el Campo ha sido un foco de atracción contante para la hostelería: casino, salones de baile, restaurantes, cervecerías, cafés y chocolaterías, aguaduchos y… hasta ¡boîte y cabaret! A continuación detallaremos algunas de estas iniciativas.

De aguaducho a fuente.

Comencemos por el principio. El primero, y quizás más sorprendente proyecto hostelero para el Campo lo presentó ya en 1876 Ramón Albuerne Alvera. Se trataba de “construir una gruta rústica al lado de la fuente del caracol en el Campo de San Francisco con destino a la venta de refrescos utilizando una de las cimbras del depósito y limitando la concesión a seis u ocho años, pasados los cuales quedará a disposición del municipio”.

Tal petición requiere una explicación histórica. La fuente del caracol se colocó inicialmente en el “centro de la herradura que forma el paseo del Eslabón”, siguiendo el plan del ingeniero Pedro Pérez de la Sala de instalar “fuentes de adorno” en diversos lugares del Campo y de la ciudad coincidiendo con las obras de ejecución del moderno proyecto de abastecimiento de agua (1864).

El paseo principal del Campo, desde su origen (y hasta que se abra el Salón del Bombé), consistía esencialmente en un amplio camino enarenado (actual avenida de Italia) cuyo primer tramo coincidía con la carretera que se dirigía a Las Caldas. Los caminantes llegaban hasta el Eslabón, paseo cerrado en forma de herradura donde se daba la vuelta de nuevo hacia la ciudad. Aún hoy los robles que adornan La Herradura muestran el dibujo original del paseo. La petición de Ramón Albuerne para abrir su Aguaducho del Caracol se desestimó “por ahora”, según las actas municipales, pero si la gruta existe en la actualidad, es más que probable que finalmente se hubiese concedido la autorización.

Y, una vez finalizada la concesión del aguaducho, y como se señala en la solicitud, se aprovechase la semigruta para trasladar el surtidor ornamental con su caracol superior a este emplazamiento cuando se abrió el paseo del Eslabón por el sur para conectar la actual avenida de Italia con la de Alemania, dispuesta en paralelo al muro del Jardín Botánico que se anexionaría al Campo.

Pavo Real.

Y del primero, al último. En 1993 se convocó concurso para construir una cafetería “de lujo” en el Campo. El proyecto ganador, bajo el lema “Pavo Real”, lo firman José Antonio Fernández y José Bárcena. El boceto presentaba un pequeño cuerpo en el centro de la plazoleta (barra y estancia cubierta) más dos terrazas laterales, con amplios volados, siguiendo el perímetro del espacio semicircular. El cuerpo central está adornado con un amplio alero saliente a semejanza de los “ojos” de colores que adornan las plumas de los pavos reales.

El Pavo Real se inauguró en 1993 con una concesión temporal al empresario Ania. Pero apenas dos años después fue cedido por espacio de 50 años a la Asociación Empresarial de Hostelería del Principado para ubicar allí una Escuela de Hostelería, con capacidad para 150 alumnos.

Y se repitieron los errores de antaño: las obras consistieron en anexionar las terrazas exteriores al cuerpo central, cerrando el espacio descubierto que los separaba para formar un único y espacioso edificio, dedicado a aulas didácticas, aunque ello significó la desaparición de la plaza en forma de herradura que centraba el paseo.

La apertura de unas dependencias mayores y más modernas en el polígono de Olloniego permitió el traslado de la Escuela de Hostelería en 2014, quedando desde entonces cerrado el Aguaducho del Pavo Real, que en los últimos años ha servido de eventual librería o sala de conferencias.

Entre medias del Aguaducho del Caracol y el del Pavo Real hubo una serie de iniciativas hosteleras en el Campo que se enumerarán en próximo artículos.