Alma de Oviedo

Noventa Cerezas de plata

El joyero Paco García encontró en el deporte una sucesión de amigos y planes; del fútbol al senderismo, de Covadonga al Camino de Santiago

Paco posa con sus piezas de plata en la que fue su joyería en San Lázaro. | Irma Collín

Paco posa con sus piezas de plata en la que fue su joyería en San Lázaro. | Irma Collín / Chus Neira Foto: Irma Collín

Chus Neira

Chus Neira

Paco está haciendo recados. Paco corre a un ritmo endiablado. Paco trabaja en una miniatura en plata de Foncalada. Paco corre la San Silvestre. Paco tiene noventa años y todavía es capaz de reproducir diariamente los hábitos, disciplinas y aficiones acumuladas a lo largo de una vida.

Noventa Cerezas de plata

Paco con sus hermanos: Manolo, Alfonso, Paco y Chema / Chus Neira Foto: Irma Collín

En la joyería de San Lázaro que lleva su nombre y atiende su sobrino es el niño de los recados que mataba la tarde en El Cafetal, yendo a repartir pan a los vecinos, escogiendo patatas o acompañando a la sobrina del dueño, Eloína, a tostar cacahuetes a la huerta de la calle La Luna –bombo y rabil– que aquel colmado compartía con el Sport y las Ursulinas. "¿Vienes, Quiquín?". Y Paco iba, con la misma diligencia con la que haría luego los encargos para la farmacia Castañón o para Collado, ornamentos de iglesia. Esos primeros trabajos precedieron a su entrada en el taller de Adolfo Miranda, en Santa Clara, hombre difícil con el que llegó a la profesión.

En el gimnasio a la vuelta de la esquina donde hoy se sube a la cinta y los clientes graban su proeza, Paco vuelve a ser el que vivía en Pumarín, con el taller en casa, ya casado con Azucena Llano, y al que el vecino de arriba, Carlos Inclán, bajó a picar un día para invitarle a jugar un partido de fútbol con un grupo de amigos. Eran la peña Naranco, Paco tenía 42 años y nunca había hecho deporte. Descubrió que tenía una condición física buena y que se manejaba en el centro del campo. Hizo yoga en el Cecchini y acabó dando él clases; empezó a preparar las marchas a Covadonga del Centro Asturiano –socio 216– y acabó convenciendo a Manolo Manzano y José Luis Galán para patearse todo el concejo de Oviedo. El grupo "Andarines" hizo un senderismo anterior por Santa Ana de Mexide, las cascadas del Guanga o los cuarteles de la Caballería Carlista del Naranco cuando nadie se acordaba de aquello y antes de que se volvieran a poner de moda.

Noventa Cerezas de plata

Paco con su hija en el año 1958 / Chus Neira Foto: Irma Collín

A ese grupo siguió el "Quo vadis" y todavía puso en marcha con Celestino Castañón la Asociación Asturleonesa de Amigos del Camino de Santiago, en una multiplicación de aficiones fruto de la causalidad: "Son como las cerezas. Vas tirando y van saliendo".

Noventa Cerezas de plata

Paco en las clases de yoga. / Chus Neira Foto: Irma Collín

Pese a tanta vitalidad, Paco vivió años bajo un peso cuyo recuerdo todavía hoy le quiebra y le nubla los ojos. El mismo vecino que le llevó al fútbol le habló de una cooperativa de pisos en San Lázaro. Así llegó al barrio, a finales de los setenta. Ya instalados, con dos hijos, Azucena y Alberto, su mujer apareció un día en casa y le dijo: "Pasé por los Álamos, reservé un bajo, ahora hay que pagarlo". Paco dejó el trabajo en casa y abrió la joyería. Empezaron solo con taller, y en dos años lograron tener la tienda llena de mercancía. Justo en ese momento, en la Semana Santa de 1980, les robaron. El comando, dos catalanes, los mismos que habían intentado secuestrar a Casaprima, se lo habían llevado todo, hasta el teléfono. De los 12 millones Paco calcula que habrá recuperado 600.000 pesetas. Clientes y colegas, todos amigos, le dieron alguna facilidad pero nadie perdonó un duro. Tardó cinco años en recuperarse pero nunca fue lo mismo.

–¿Qué pensabas?

–Pensaba que qué guapo sería no amanecer mañana.

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