El Carbayón bífido, señor del Campo

La historia del centenario árbol de doble tronco que se convirtió en símbolo de la ciudad tras su derribo

Foto del Carbayón, de 1979, de los hermanos Ramón y Fernando del Fresno Cueli.

Foto del Carbayón, de 1979, de los hermanos Ramón y Fernando del Fresno Cueli. / José Galán Arias

José Galán Arias

Aún faltaban algunas décadas para que las tres carabelas castellanas arribasen a las islas caribeñas al mando de Cristóbal Colón en 1492 y pocas después del inicio de la catedral gótica en 1293 cuando ya despuntaban los primeros brotes de nuestro patriarca arbóreo, símbolo de Oviedo y epónimo de sus ciudadanos.

El Carbayón bífido, señor del Campo

Una imagen de Jean Laurent y Minier, 1862. / José Galán Arias

Situado en pleno Campo de San Francisco, ningún otro le hacía sombra en cuanto a su majestuoso aspecto de 30 metros de altura, 12 de circunferencia en el tronco base y 38 de copa siendo testigo directo sucesivamente de los intrincados avatares de la ciudad: luchas políticas y religiosas de todo tipo, epidemias, hambrunas y huracanes; también del asolador incendio de 1521, del que se libró por estar por entonces un tanto alejado del Oviedo primigenio o redondo que hoy decimos; los sucesos de 1808, "página de oro", en voz de D. Fermín Canella, sin parangón en la Europa napoleónica del momento que se iniciaron en el propio Campo, a escasos metros suyos; y, por supuesto, fue testigo de alegrías, juegos, fiestas, niñerías y retozos, enseñoreándolo todo nuestra Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de San Salvador, como centro religioso y la Universidad (1608), dando un estilo, un sello indeleble de cultura y saber a la ciudad teniendo siempre presente el número de habitantes en los que nos movíamos que era, en números redondos, de 6.500 en la segunda mitad del siglo XVIII.

El Carbayón bífido, señor del Campo

El número 4 de Uría, donde estuvo el Carbayón y ahora una placa sobre la acera recuerda su existencia. / José Galán Arias

Cayó, como es sabido, por resolución del Ayuntamiento en el pleno del 15 de septiembre de 1879 cuando, tras dos mociones previas, se aceptó por 14 votos a favor y 9 en contra el informe del Jardinero Mayor, italiano por cierto, que diagnosticaba un mal incurable de nuestro guía ("por completo seco y herido de muerte que hace preciso su derribo ante la imposibilidad de su conservación"). Ciertamente, una vez talado, dos semanas más tarde, se comprobó la veracidad de lo previsto así como estimada su edad en un mínimo de 500 años.

Sin discutirse oficialmente en el Consistorio, de igual o más importancia era el argumento de que el rey de reyes estorbaba en el trazado rectilíneo de la calle de Uría, "malaventurada" en criterio de D. Fermín, hablándose "sotto voce" que incluso los trabajos en el terreno previos a la apertura pudieron dañar sus raíces y precipitar el mal interno.

Sin ningún esfuerzo mental, uno imagina la aflicción de los cientos de carbayones que en silencio velaban sus últimos momentos de vida sintiendo como en sus propios espíritus los hachazos de los leñadores cuando dieron inicio su encomienda el 2 de octubre, a los 17 días de ser dictada la sentencia.

Igualmente sabida es la férvida controversia levantada en aquel período final que caló unánimemente en todos los ya "carbayones" "per eternum", no porque fuese un árbol más o menos llamativo y antiguo sino porque el común de la ciudadanía lo veneraba por ser testigo de buena parte de la historia de la ciudad, por lo que había representado en sus vidas, en la de sus padres, abuelos y trasabuelos hasta el corazón mismo de la Baja Edad Media cosa que, por antítesis, tanto duele comprobar hoy cómo se ignoran y desprecian determinados símbolos de la más pura carbayonía.

La imagen más conocida del sagrado roble es la foto que se aporta de los hermanos Ramón y Fernando del Fresno Cueli en 1879 realizada desde algún punto que bien pudiera ser el comienzo de la actual calle de Uría en sentido longitudinal a ella, con las seis naves de La Amistad a la derecha, fundición constituida en 1856 por Charles Joseph Bertrand Demanet (Graux, Bélgica, 1814-Oviedo, 1892, cabeza de una dinastía que actualmente cuenta con más de 600 familiares directos, con el general Elorza y con los marqueses de Camposagrado y de Pidal), y la Estación del Norte al fondo, ambas inauguradas en 1874, de modo que no se aprecia con toda claridad el carácter bífido del tronco ya que en esa dirección y sentido, un tronco casi oculta o disimula al otro.

Previamente, en 1862, el fotógrafo francés Jean Laurente y Minier, especializado en el procedimiento de placas de vidrio al colodión húmedo de gran nitidez, en su peregrinaje fotográfico por España, visitó Oviedo en 1862 obteniendo la imagen del Carbayón, coloreada posteriormente, que se aporta, realizada posiblemente desde lo que hoy es el paseo de los Álamos, es decir perpendicularmente a la calle de Uría, en la que se tiene la visión exacta del árbol con su tronco ahorquillado en dos de similares características y no en uno como es habitual en su especie.

En la autorizada opinión de José Valdeón, jardinero y paisajista ovetense, "parece claro que tuvo una rotura en su tronco principal cuando era joven. Tal accidente se hace evidente también en el engrosamiento que se observa alrededor de la bifurcación, reacción fisiológica normal para favorecer la cicatrización de la herida producida, también patente por la hendidura vertical en la base del tronco bajo la herida"

Cual si fuere una placa funeraria, sobre la que se alza el hermoso edificio de Uría, 4, que a modo de homenaje firmó Julio Galán Carvajal muy poco tiempo antes de su fallecimiento en octubre de 1939 en cuya planta baja estuvo durante décadas la afamada Joyería Pedro Álvarez, el Ayuntamiento decidió colocar en 1949 la situada en el lugar donde se erguía nuestro protagonista que reza: "Aquí estuvo durante siglos el Carbayón, árbol simbólico de la ciudad, derribado el II de octubre de MDCCCLXXIX. La Corporación municipal acordó el XXIV de marzo de MCMXLIX la colocación de esta placa que perpetúe su memoria" placa que uno nunca pisa al extrañar dolientemente al "primus inter pares" de los árboles del Campo y lee una y otra vez con la melancolía que albergan los versos de Rodrigo Caro: "Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa".

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