La OSPA enamora al público ovetense

Gran concierto de la Sinfónica del Principado con protagonismo de Lugansky y de la batuta de Dausgaard

Lugansky, con la OSPA en el Auditorio Príncipe Felipe.

Lugansky, con la OSPA en el Auditorio Príncipe Felipe. / Irma Collín

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

La sexta cita de abono de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) era una de esas marcadas en rojo por los melómanos ovetenses. Volvía al Auditorio Príncipe Felipe, Nikolai Lugansky –un habitual con la agrupación asturiana en los últimos años– para ponerse a las exigencias del director danés Thomas Dausgaard. Por si fuera poco, el repertorio incluía dos de las obras más célebres de la historia de la música: El "concierto para piano número 2 en do menor" de Rachmaninov y la "Sinfonía número 5 en mi menor" de Chaikovski. Este hecho propició una afluencia de público mayor de la habitual, incluyendo muchas caras jóvenes que, durante dos horas, vibraron con la velada musical patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA.

La OSPA enamora al público ovetense

Público asistente al concierto de la OSPA en Oviedo. / Irma Collín

Lugansky fue el protagonista indiscutible de la primera mitad. Enfrentó la compleja partitura escrita por Rachmaninov desde una musicalidad y delicadeza (que habrían requerido mayor correspondencia con la orquesta) sobresalientes, evidenciando un extraordinario nivel técnico y un gusto refinado para manejar la articulación a su antojo sin comprometer la concertación de Dausgaard. El pianista moscovita se ganó cada una de las ovaciones y aplausos que recibió del público, logrando arrancarle una propina que, ante su elegancia interpretativa, supo a poco a los asistentes.

Gran primera parte que se vio completada, tras la pausa, mediante una más que correcta interpretación de la quinta de Chaikovski. La OSPA daría un paso al frente para exhibir un gran nivel en cada una de sus secciones, con una cuerda homogénea y unos metales brillantes que plasmaron todo el dramatismo de la sinfonía y se plegaron a las indicaciones de Dausgaard, quien supo enfrentar cada uno de los cuatro movimientos con elegancia, lirismo y contundencia.