Alma de Oviedo: Carlos Díaz-Varela, tan cierto y tan tierno
El abogado administrativista encontró el norte de su pasión en Asturias y en su familia
2 Chus Neira Foto: Irma Collín
Una paisana de Grado que habla con la precisión de quien va a la esencia de la conversación puede reafirmar a un joven administrador del Estado recién llegado de Madrid en la inteligencia natural del pueblo asturiano. Carlos Díaz-Varela acababa de incorporarse a su plaza de la Confederación Hidrográfica en 1976 cuando empezó a dedicar los fines de semana a recorrer la región con su Seat 850 y a confirmar, al revés que la mayoría de sus paisanos, su devoción por el norte. Todavía hoy parece recuperar aquella emoción primera al asomarse a las gentes y los paisajes de esta tierra. «Era la geografía, el paisaje, las personas, el salmón, las gaitas, todo me sonaba a Europa. Había un municipalismo que me recordaba a Escocia. Aquí no ha habido latifundios, y creo que la propiedad, aunque sea pequeña, te hace libre. Era eso».
Carlos Díaz-Varela lo cuenta con la vehemencia intelectual de quien ha empleado bastante tiempo en asegurar con certezas sus argumentos, pero con una exquisita calma gestual que redondea una dicción profunda de confesión radiofónica más allá de las tres de la madrugada. Tiene, sí, esa seguridad de los hombres de leyes, que le lleva a invocar la necesidad de consultar a los afectados que establece la ley de procedimiento administrativo cuando cavila soluciones a las listas de espera al hablar de su operación de espalda, aún pendiente. O que le permite colgarse la medalla de haber sido quizá el primero en generar derecho de subedificación bajo dominio público cuando logró que se escribiera una servidumbre del centro comercial Los Fresnos, extendiendo una lengua por debajo de la plaza de El Llano, en Gijón, en la época en que Julio Noval le fichó como asesor jurídico. Por no hablar de cuando no quiso pasar por la invitación solidaria del alcalde para tragar con un escenario de conciertos al lado de casa y libró a la Losa en los tribunales de nuevos San Mateos.
Pero el sólido artefacto jurídico del que está hecha parte de su pasta convive, también, con una dosis cierta de ternura que asoma cuando su hija Beatriz, la que lleva ahora el despacho donde se estableció en 1997, le besa al despedirse, o al explicar que en su mujer, Cristina García-Pumarino, encuentra reflejados los atributos del escudo de Oviedo, y que al vérselos colgados al cuello, cuando tomó posesión como concejala de la Corporación municipal, entendió que le casaban a la perfección: «Muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica, buena. Eso es Cristina».
La conoció en sus años de mayor actividad política. Criado en una familia conservadora, nieto de un general de división del que recibía una buena propina en su casa de Diego de León cuando pasaba revista a los nietos y les pagaba tantas monedas como buenas notas, en la Universidad le llegaron todas las olas estudiantiles, de París a Berkeley, y al saltar a Asturias se entusiasmó con las posiciones de Francisco Fernández Ordóñez sobre el papel del Estado en la sociedad y la economía hasta el punto de esbozar con Emilio García-Pumarino, en diciembre de 1976, un manifiesto socialdemócrata para Asturias. De su paso por UCD no logró hacer senador a Barthe Aza después de llevarle la campaña, pero sí llevar a la hermana de Emilio al altar.
Desde 2014 está jubilado del Estado y pasó los trastos del despacho, aunque como socio mayoritario sigue viniendo aquí y sentándose con los compañeros a tratar agendas, clientes, casos. El resto del día lee, ahora con interés en la España visigoda, baja a ver el fútbol, alguna copa, agita el chat del grupo de amigos –«no tengo miedo a discutir con nadie»– y por encima de todo mantiene toda su esperanza en sus hijos: «No son buenas personas, son personas buenas». Palabra.
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