El ovetense Miguel Jacinto Meléndez retrató a la primera reina borbónica

María Luisa Gabriela de Saboya tuvo 4 hijos, fue madre de dos reyes y falleció de tuberculosis a los 25 años

Los dos retratos de La Saboyana que realizó el ovetense Miguel Jacinto Meléndez. A la izquierda, el que se conserva enel museo Lázaro Galdiano. En el centro, el del museo Cerralbo. A la derecha, la medalla conmemorativa de la boda real

Los dos retratos de La Saboyana que realizó el ovetense Miguel Jacinto Meléndez. A la izquierda, el que se conserva enel museo Lázaro Galdiano. En el centro, el del museo Cerralbo. A la derecha, la medalla conmemorativa de la boda real

Alicia Vallina Vallina

Alicia Vallina Vallina

Una joven de tez blanquecina y rostro amable detiene su mirada directamente en el espectador. Se encuentra situada de perfil, quizá por indicación del retratista, y está tocada con perlas y cintas de guirnaldas y flores. Su recargada indumentaria, plena de encajes, deja entrever un tímido escote que se adorna por un collar de perlas regulares a juego con sus largos pendientes. Se cubre con una capa de terciopelo carmesí adornada con alamares de plata que deja ver el armiño en su interior y que sostiene con su mano derecha en un gesto de coquetería, tratando de abrigarse. Es la reina María Luisa Gabriela de Saboya, la más joven que ha tenido España y la más pequeña de los tres hijos del matrimonio formado por los duques de Saboya: Víctor Amadeo II y Ana María de Orleans.

La joven reina es retratada por el pintor ovetense Miguel Jacinto Meléndez (tío del pintor de bodegones más importante del siglo XVIII, Luis Meléndez), nacido ahora hace 345 años. Meléndez posiblemente tuviera la intención de obtener el título de pintor honorario de corte, aunque sin derecho a sueldo, concedido por el primero de los reyes de la dinastía Borbónica, Felipe V, esposo de la retratada. No obtendría el título de pintor del rey hasta 1727.

El retrato, conservado actualmente en el museo constituido a partir de la magnifica colección del empresario y amante del arte José Lázaro Galdiano perteneció al artista oscense Valentín Carderera y Solano, quien fuera, además, pintor de cámara de la reina Isabel II. En el reverso conserva una etiqueta procedente de su colección.

Esta obra es muy similar a la conservada en el Museo Cerralbo de Madrid, también de Meléndez, y pintada en la misma fecha, pero mostrando a la reina como cazadora (algo poco usual en los retratos femeninos), tocada con sombrero de plumas blancas y vistiendo traje de terciopelo azul, camisa de encaje y manto brocado. Además, María Luisa Gabriela de Saboya se muestra en una actitud segura y confiada, portando la escopeta en su mano derecha y un amplio pañuelo blanco en la izquierda.

La reina tenía unos 24 años en el momento en que se realizaron ambas composiciones, apenas uno antes de su fallecimiento, a causa de la tuberculosis y después de haberse ganado el cariño y el respeto, no solo de las altas instancias palaciegas sino también del pueblo español. La reina llevaba tiempo enferma cuando el ovetense la inmortalizó para el arte, pues nunca gozó de buena salud.

De origen italiano, María Luisa Gabriela de Saboya contó con el beneplácito de Luis XIV para contraer nupcias con su nieto, el rey Felipe V. La boda se celebró por poderes en Turín, el 11 de septiembre de 1701. Ella tenía 13 años y el rey español aún no había alcanzado la mayoría de edad actual. Desde el inicio la pareja se entendió a las mil maravillas y pronto congeniaron.

La italiana era una joven de carácter despierto y temperamento decidido que otorgó al monarca la seguridad de la que él adolecía. Sin embargo, Luis XIV, al saber de las debilidades de carácter de su nieto, trató de controlar desde el principio al matrimonio y, por ende, los destinos de la corona española.

Felipe V era muy inseguro y sus decisiones siempre estaban determinadas por las opiniones de su esposa. Nunca daba un paso sin su aprobación y, gracias a la amabilidad en el trato y a las excelentes dotes como gobernante de esta, pronto se ganó la simpatía de toda la corte. María Luisa Gabriela contó siempre con el consejo y la compañía de su amiga y camarera mayor, Anne Marie de la Trémoille, conocida como la princesa de los Ursinos. Con ella compartía confidencias y en ella se apoyaba cuando debía tomar complejas decisiones políticas. Luis XIV llegó a temer que estuviera del lado español más que francés a la hora de dirigir los intereses de su nieto (que eran los dictados por la reina) y llegó a ordenar su regreso a París solo cuatro años después del matrimonio de Felipe V. Solo la disconformidad de María Luisa Gabriela terminó por convencer al Rey Sol, por lo que la princesa de los Ursinos regresó a Madrid y todo quedó en una desgraciada anécdota. Ambas se convirtieron en inseparables y la reina siempre contó con el apoyo de su confidente, especialmente en los momentos en que tuvo que hacerse cargo varias veces de la regencia de España durante la Guerra de Sucesión frente a los ataques constantes del candidato al trono, el archiduque Carlos de Austria.

La reina, mujer inteligente y enamorada de su esposo, sabía que su principal tarea era engendrar hijos varones que garantizaran la sucesión a la corona. El 25 de agosto de 1707, a los 17 años, dio a luz a su primogénito y heredero al trono, Luis I, que apenas reinaría 230 días, el periodo más corto de nuestra historia para un monarca. Después del alumbramiento los médicos le detectaron una incipiente tuberculosis que acabaría con su vida.

A Luis I le siguieron tres hijos más: Felipe, nacido en julio de 1709, que fallecería pocos días después del alumbramiento, y Felipe Pedro, nacido en junio de 1712, quien moriría con apenas 7 años. Unos meses después, el 23 de septiembre de 1713, vendría al mundo el último de los vástagos de la reina que alcanzaría la edad adulta y el trono de España: el futuro Fernando VI.

Para entonces, María Luisa Gabriela, llamada por el pueblo "La Saboyana" se encontraba muy enferma. Sufría de terribles jaquecas y los ganglios de todo el cuerpo se le inflamaban hasta deformarle el rostro y casi hacer imposible que respirase con normalidad. Ya había cumplido su misión como reina y como madre, aunque dejaba al rey huérfano y roto de dolor. Su consejero Giulio Alberoni, junto a la ya anciana princesa de los Ursinos, había iniciado la búsqueda de una nueva esposa para Felipe V: Isabel de Farnesio. Para sorpresa de la historia fue ella quien devolvió a Francia a la camarera mayor de la fallecida reina al no soportar su influencia ni sus dotes de mando. Pero esto ya es otra historia.

María Luisa Gabriela de Saboya fue una mujer fuera de lo corriente, fallecida en plena juventud, un 14 de febrero de hace ya 310 años, enterrada como reina en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y admirada en sus decisiones, no solo por su brillante intelecto sino también por sus modales, sencillez y cordialidad.

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