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La mar de Oviedo

Marujita

Por la tarde, mientras planchaba, conecté la Cinco, "Sálvame naranja", y escuché el cachondeo que con la muerte de Marujita Díaz se traían Jorge Javier, el payaso blanco o director de pista, y sus augustos, Quico Matamoros, Mila Ximénez y demás tonis. El cachondeo no se circunscribe a la tele, trasciende también a la radio, la prensa y las redes sociales, como si la actriz, más cómica que dramática, más ridícula que cómica y más patética que ridícula, se hubiera muerto con los zapatones puestos, una bola roja en la nariz y los ojos haciéndole chiribitas, ya cerca de la luz al final del túnel, cubierto su cuerpo retrechero con los colores del fino de Jerez y el rouge de sus bembas de importación. ¡Pobre cacatúa! Y no era un adefesio teatral sino intrínseco, nació guapa para su escarnio. Si de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso, ella lo dio arrastras por la cuna.

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