La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El último viaje de Farpy

Yo pedía viajar con Farpón. Nunca fue fácil trabajar con él, exigía verdaderos esfuerzos conservarlo como amigo, nadie con quien tuviese una relación profesional estrecha estuvo libre de que dejase de hablarle durante semanas, o incluso meses, y técnicamente nunca fue el mejor fotógrafo? Pero yo pedía viajar con Farpón.

Y tuve el privilegio de hacerlo durante casi quince años. Con él subí a la base del Urriellu con nieve hasta las rodillas, juntos recorrimos varios pueblos ejemplares, contemplamos en Vitoria y Leitza los destrozos de la vesania etarra, vimos salir cadáveres de una bocamina en Cangas del Narcea, y nos sobrecogimos con el silencio de Madrid el 11 de marzo de 2004. "Apabullada y silenciosa", así describía la capital del España el titular de aquélla crónica. Yo lo escribí, pero los calificativos eran de Farpón. Tras el visor siempre hubo un periodista.

Aquél viaje deja una anécdota que reseña su esencia. Tras un duro día 11, el 12 madrugamos y recorrimos Madrid de cabo a rabo en busca de los asturianos del atentado y cuando al atardecer regresábamos al hotel, desde la redacción de Oviedo y por el manos libres del coche (la "Farponeta") nos pidieron que fuésemos a cubrir un rezo comunitario que había en la mezquita de la M-30. Farpón bramó en arameo. "Llevábamos callejeados cientos de kilómetros desde las seis de la mañana y casi sin dormir; no sé dónde estará la mezquita y no me voy a poner a buscarla; estamos agotados, tengo las fotos sin transmitir? ¡me niego!". Y colgó. Llegamos al hotel y vimos que la mezquita estaba justo enfrente, al otro lado de la autopista. Yo subí a la habitación a escribir, pero Farpón cruzó la M-30, hizo las fotos y las envió a Oviedo. Y es que su profesionalidad estaba siempre muy por encima de su atrabiliario carácter.

Pillo y competitivo en la tarea periodística diaria, con él aprendí tretas impensables para despegar o ganar a la competencia. Metódico y ordenado, enemigo de la improvisación, por precipitado que fuese el viaje tenía todo bajo control o lo resolvía por el camino. Y lo hacía entre elogios de padre orgulloso a Martita, Carlitos y María, y citas y llamadas constantes a Luisa, su querida esposa.

Polemista nato, capaz de dar un argumento y el contrario si eso encendía el diálogo, Farpy era transparente, pero despiadadamente crítico. Para las sobremesas deja también una mítica frase, después de haber destripado a una decena de personas que fueron saliendo en una conversación en confianza: "qué culpa tengo yo de que solo me habléis de hijos de puta". Y se echó a reír como él lo hacía, moviendo más el pecho y los hombros que la boca. Como un niño grande.

Los últimos años comíamos o cenábamos de cuando en vez, con un heterogéneo grupo de amigos. Últimamente estaba jodido. El bar no iba como él hubiese querido. Hablamos hace unas semanas y me dijo que estaba dispuesto a venirse a Perú, donde yo trabajo esporádicamente, si había algo. Después de un rato de charla me confesó: "¿sabes lo que más echo de menos del periodismo? Los viajes".

Como ya he dicho, la caprichosa actualidad nos hizo muchas veces salir de forma precipitada, pero para éste viaje, para tu último maldito viaje, Farpy, ni siquiera tú estabas preparado.

Compartir el artículo

stats