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Empresario

Dolor en las cofradías

El legado de un trabajo constante en favor de las instituciones y las personas

La cruda madrugada del domingo de este invernal tiempo nos dejó la helada noticia de la despedida de Armando. No pude remediarlo: al instante, una oración salió de mis labios que se la ofrecí a la brisa de un fino orbayu que caía sobre Ribadesella para que se la llevara con mi profundo dolor y recuerdo a la eternidad donde descansará.

El destino siempre marca el rumbo de la vida, nos decimos. Y aquéllos que nos reunimos en el tanatorio -infinidad de amigos- nos ofrecemos el consuelo de esas íntimas reflexiones y, dentro de ellas, tejemos nuestros pensamientos con hilos de esperanza.

La opinión era unánime: un hombre educado, de templada sonrisa, atentos modales y diálogo compartido que supo ganarse el afecto de las muchas amistades que hizo en su vida. Él quiso quedar unido para siempre al amor que sentía por sus cofradías en el deseo de que le acompañasen en su despedida final, porque ellas fueron, junto a su trabajo, la esencia de su diario vivir. Lo demostró en Asturias, en España y en sus viajes por Europa, por los que recibió numerosas y merecidas distinciones.

He tratado a Armando durante casi medio siglo como compañero de muy diversas cofradías gastronómicas. En callado silencio, con la prudencia precisa, lo he visto, día a día, construyendo una labor constante, siempre atento a la necesidad de mantenerse activo y ayudar a los demás. Dan fe sus escritos y charlas en infinidad de actos.

Se nos fue un gran amigo, tanto en sus formas como en sus hechos. Armando conocía con perfección tradiciones y costumbres de esta tierra, su Asturias querida. Por eso siempre la llevaba en su equipaje de sueños. Sabía que el futuro se hace dentro de una tarea callada y tenaz en busca de la más intensa realidad.

La incansable curiosidad por la mejora de todo lo relacionado con su negocio, que tantos años tuvo, en unión de su hermano, en el edificio La Jirafa, mostró a Oviedo su elegancia en el vestir que el practicó como cimiento de su oficio.

No quiero olvidarme de su condición de deportista como fundador del Club Cibeles, del que fue jugador y presidente como ganadores de la Copa del Rey, llevando al Principado a lo mejor del deporte nacional.

La vida sigue y a nuestros años está llena de emociones y sentimientos. Luego nos llega esa dura realidad que nos marca su destino con el dolor del amigo que se marcha de nuestras vidas pero nunca de nuestros recuerdos. Con el deseo de que la custodia de su cuerpo y alma encuentren esa paz buscada, quiero, con estas líneas, unir mi dolor y el de todos los cofrades al de su esposa María Luisa y familia, con un fuerte abrazo.

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