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La mar de Oviedo

Pararrayos

Javier, párroco de San Juan el Real, bendice mi casa cada 25 años; con agua que traje del Jordán espanta demonios, previene de siniestros y cubre percances de menor cuantía. Me extraña por eso, pues yo soy un don nadie y mi vivienda es corriente, que nos planteemos reparar el pararrayos de la Catedral; es más, me inquieta que necesite pararrayos, y me choca que el deán acuda al ministro de Cultura, de rango muy inferior al de mi apreciadísimo Benito Gallego, para la instalación de una toma de tierra que, con técnica árabe, perforará el Jardín de los Caudillos para inyectar mortero a los pies de Fruela y Ramiro I, con el consiguiente riesgo, por falta de fe, de chamuscar los cimientos de la Reconquista. ¿Un pararrayos sobre la cruz de Cristo?, ¿una perforación islámica?, ¿una toma de tierra cuando, gracias a ese índice gótico del que habló Clarín, tocamos el Cielo? ¿De qué rayos estamos hablando?

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