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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Gatos a corazón abierto

El último libro de Zuazua con sus mininos como pretexto

Algún día añadirán en el lema de nuestra ciudad, junto a las consabidas “Muy Noble, Muy Leal, Benemérita, Heroica, etcétera”, la leyenda “y amiga de Pedro Zuazua”. Este periodista singular, de silueta inconfundible, es una de esas personas tocadas por la varita del encanto personal. Tiene esa rara capacidad de resultar cálido y amable a todo tipo de personas, ya sean abuelitas, taxistas, filántropos, zombis, maestros o futbolistas. Un poder mágico difícil incluso de describir porque, si fuese fácil, quizá podría ser imitado y, al contrario, es extremadamente inusual.

Ya he hablado otras veces sobre él así que, antes de caer en el halago vacuo, os cuento que he decidido traerlo hoy al Paraíso Capital porque hace tiempo que sospecho que Zuazua ha encriptado parte de esa filosofía optimista y generosa en el que fue su primer libro, “En mi casa no entra un gato” (Duomo Ediciones, 2018). Un texto para el que hubo que crear un género literario nuevo, las memorias gatunas, y que tiene algo de la dialéctica socrática y también de la “Metamorfosis” de Kafka. Entre eso y reírse de sí mismo, Pedro logró desentrañar algunos de los más profundos misterios de la vida. Esos que no podemos domesticar, ni controlar, ni prever, cómo el amor. O como la voluntad de un gato.

Zuazua presenta estos días su nuevo volumen, “Días para ser gato”, en el que vuelve a utilizar a sus mininos “Mía” y “Atún” para desnudar el alma humana. En Vetusta, ha sido capaz de reunir a varios cientos de feligreses de su filosofía en un acto atípico en el Teatro Filarmónica. Con su particular forma de expresarse, tan precipitada como aparentemente desordenada, pero sin dejar nunca nada atrás, planteó un viaje por etapas donde las risas fueron protagonistas, pero la emotividad obligatoria: “Cada vez que aparezca una foto de mi gatina debéis decir ¡ooooh! Acordaos que cambié de veterinaria porque no le dijo a Mía lo guapa que era”, nos advirtió.

Pablo Moro, otro loco encantador, acompañó a Pedro durante todo el acto sobre el escenario porque Zuazua piensa que todas las canciones pop del mundo hablan en realidad de sus ahijados felinos. Por eso fue salpicando su relato con las versiones acústicas que Moro hizo de Luz Casal, Maluma, Julieta Venegas y “MClan”. Incluso el extravagante Igor Paskual se subió al escenario para un cameo, logrando que todo el teatro susurrase aquello de “cualquier noche los gatos de mi callejón maullarán a gritos está canción…”.

El acto escondía una bomba emocional: el homenaje de Pedro a su madre, Yayita, que es el otro pilar sobre el que se construye toda su filosofía. Más atropellado que nunca, víctima de una innegable emoción, nos arrasó afectivamente con un aluvión de anécdotas y expresiones célebres de su progenitora. Sacó todo lo que llevaba en el corazón y lo volcó sobre los asistentes. A pesar de ser una persona pudorosa, se desnudó para nosotros y nos mostró su corazón latiendo en su pecho hasta que la emoción le dejó sin aliento. Tuvo que desviar su mirada, perderla entre recuerdos, para lograr mantener la compostura, momento en el que Moro tomó el relevo con los versos del Mediterráneo de Serrat. Una canción especial, una emoción en sí misma.

Con Pedro siempre se aprenden cosas buenas. Ya sea tomando una caña, conversando cinco minutos en la calle, escuchándole subido sobre un escenario o con sus libros entre las manos. A veces buscamos grandes respuestas para las grandes preguntas y quizá no sea todo tan complicado. Los gatos lo saben mucho mejor que nosotros. Asumámoslo, ellos dominarán el mundo y los humanos nos rendiremos suspirando: ¡Oooh, qué mono!

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