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Inteligente, irónico y bondadoso

Todos los seres humanos somos perecederos y, por tanto, nuestro tránsito vital se concreta entre las fechas de nacimiento y muerte, siendo esta última el factor que nos iguala a todos, ricos y pobres, poderosos y oprimidos.

Si bien esto es incuestionable, hay algo que escapa a este determinismo biológico, y no es otra cosa que lo que hayamos hecho durante nuestro corto tiempo de existencia.

Dejando de lado a aquellos, no pocos, cuya trayectoria se ha visto signada por la malevolencia o la dedicación a satisfacer sus más bajos instintos de poder personal o de enriquecimiento, muchas veces ilícitos, la gran mayoría cumple, dentro de diversas escalas, con el rol que se les había asignado, es decir, que pasan sin pena ni gloria pero forman parte de esa cadena indispensable para hacer evolucionar la sociedad hacia un futuro mejor. De lo que antecede se puede deducir que son una exigua minoría quienes forman parte de un grupo especial cuyas contribuciones son esenciales para impulsar a la colectividad a altas metas del conocimiento y servir de modelo de ética personal y de entrega desinteresada. Una de estas pocas y esenciales personas, Agustín Hidalgo Balsera, se acaba de ir y deja un vacío irreemplazable.

Catedrático de Farmacología de la Universidad de Oviedo, era la personificación del médico y científico humanista, hombre de vasta cultura y perspectiva que aplicaba esa visión globalizadora a la implantación de planes de estudios de grado y postgrado de Medicina (evaluador durante décadas de la ANECA sobre estas cuestiones), muy relacionado con la filosofía de la ciencia, con los nuevos métodos de la enseñanza científica y con la comunicación social de la ciencia. Junto con Carlos López Otin tuvo la vision de largo alcance de crear el IUOPA (Instituto Universitario de Oncología) y, durante el periodo que dirigí el ISPA (Instituto de Investigación Sanitaria del Principado de Asturias), fue el coordinador de Formación e impulsor de los programas de master y doctorado que, junto a otras iniciativas formativas, tuvieron un papel señero para mostrar la solidez del Instituto y obtener la acreditación por el Instituto Carlos III.

En un aspecto personal y más íntimo, bajo una cierta apariencia de severidad latía un fino sentido de la ironía, a veces muy ácida y siempre inteligente, que ocultaba un corazón lleno de ternura y bondad. No transigía con la mediocridad y la estupidez, pero era tan modesto que siempre huyó de la presunción y de la autopromoción, pasando de puntillas sobre su propia valía, tal como se nos ha ido, sin hacer ningún ruido.

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