Opinión | Crítica / Música

La clave Antiqva

Brillante recital del clavecinista Diego Ares y «Forma Antiqva» en las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»

Si bien las Jornadas de Piano se han convertido en uno de los referentes nacionales del repertorio pianístico, el pasado domingo sorprendió la inclusión de un programa protagonizado por «Forma Antiqva» (debutantes en el ciclo) y el clavecinista vigués Diego Ares, quien se presentaba por vez primera ante los melómanos del Principado. Al interés que suscitaban sendos debuts y la flexibilidad de escorar la programación hacia el clave se sumaba un inspirado y sugerente programa que transitaba entre el Sturm und Drang y la luminosidad del estilo preclásico.

La «Sinfonía en fa mayor» de Gluck tiene pasajes trepidantes y una sonoridad especial gracias al timbre de las trompas naturales, siempre difíciles de manejar en la emisión. No obstante, subyace en ella un componente tenebrista que el mayor de los Zapico supo explotar mediante una articulación exacta y unas dinámicas perfectamente trazadas. Como ejemplo, la fuga del tercer movimiento: siempre equilibrada, con el tema audible en cada una de sus invocaciones a través de los diferentes instrumentos. Misma línea seguiría la «Sinfonía en fa mayor» de W. F. Bach, obra que rezuma dramatismo gracias a sus abruptos silencios y a su desprejuiciado empleo de la disonancia. El ensemble supo lucir, en el Andante, unos pasajes en pianísimo (ciertamente expresivos) merced a una cuerda sedosa y compacta.

Pero el plato fuerte de la primera mitad era el «Concierto para clave y orquesta en fa menor», del mismo compositor. Ares hizo acto de presencia para reflejar ese carácter violento y poderoso que requiere la obra, de clara influencia vivaldiana. El clavecinista se lució en esa escritura tan profusamente ornamentada del barroco –pródigo en teatralidad– solventando, con pasmosa facilidad, los diseños escalísticos a los que añadiría unas hermosas cadenzas inéditas, compuestas, ex profeso, por el propio intérprete. Su nitidez en la pulsación y su precisión favorecieron la concertación de Zapico desde el pódium. «Forma Antiqva» arropó con efectividad al solista, sin sobrepasarlo en volumen ni desajustarse lo más mínimo.

La segunda mitad suponía el triunfo de la luz frente a las tinieblas, algo evidenciado mediante dos obras de Haydn: «Sinfonía n.º 30 en do mayor» y «Concierto para clave y orquesta en re mayor». En la primera ya quedó patente la solemnidad de la pieza gracias a las cálidas intervenciones del traverso, añadiendo mayor dulzura y atractivo tímbrico a la plantilla. Su solo en el tempo lento estuvo marcado por la belleza y el buen gusto. La segunda de las piezas volvía a sentar a Diego Ares frente al clave, ahora en un registro diferente donde son innegables las reminiscencias a los conciertos para violonchelo del compositor austríaco y se trata de una sonoridad no tan alejada de algunas sonatas para piano de Mozart. Sobrio, pero siempre con una musicalidad excepcional, evidenció un escolástico estilo a través de una pulsación de gran precisión. Ni siquiera el «Un poco Adagio», marcado por los contratempos, inquietó a los músicos: todos ellos son grandes intérpretes en sus respectivos grupos y eso se traduce en una riqueza mayúscula para «Forma Antiqva», con una lectura del repertorio barroco perfectamente interiorizada que conjugó a las mil maravillas con el talento de un Ares entregado al público ovetense al que regalaría hasta tres propinas excepcionales.

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