Opinión | Con vistas al Naranco

Fundación Evaristo Valle, medio siglo pasado

Reflexiones tras una evocadora visita a la pinacoteca dedicada al artista gijonés

Hace días, con mi íntimo amigo Jorge Iglesias, visité la Fundación Evaristo Valle. Nada más pisar los maravillosos jardines, entre piezas de Laviada, Maojo, Alba, Navascués, Rubio Camín… con olor húmedo tan del Somió de "Helena…", surgió, tal imagen saliendo de la oscuridad pictórica de un Miguel Galano o la del nigromante de José Francés o, aún, parque entre efectos Antonioni/Blow up y W.Allen/Rosa púrpura del Cairo, figura barbada que pensé por porte sería Guillermo Basagoiti, al que Asturias debe tanto, pero resultó Pablo, su hijo, que me aterrizó en nostálgicos tiempos. Sus augustos padres aclararon que en él está asegurada la sucesión, es decir, para la comunidad astur y para mí, la feliz continuidad de tan inmensa obra.

Enseguida reconocí los Valle colgados y, en especial, jugadores de ajedrez que generosamente me cedieron para inaugurar la Consejería de Cultura y Deporte en el ovetense Palacio de Revillagigedo. Unimos para la ocasión una expo con motivos deportivos. A punto de escribir "feliz ocasión" pero siento más tristeza que felicidad pues el Palacio, rehabilitado para Cultura y Ordenación del Territorio, está desapareciendo herido por la desidia.

De la apertura de la Evaristo Valle en los ochenta, a presencia del ministro Solana, conservo divertida dedicatoria que me remitiría el académico Enrique Lafuente Ferrari de su importantísimo libro, editado por la antigua Diputación Provincial. Y en verdad sigue siendo jocosa pues escribiendo correctos nombre y apellidos, me considera "Alcalde de Gijón", apelativo con que entonces bromeaba el presidente del Grupo Covadonga, Luis Ángel Varela. Y si don Enrique quiso poner alcalde de Oviedo se adelantaba meses a mi currículo.

Valle, coetáneo de los también fabulosos Piñole, Luis Fernández, Vaquero… es el que nos llega con más fina envoltura, aun contando la fuerza de la Central de Salime o el Reconquista.

Tras la fugaz exquisita visita quisimos almorzar en el delicioso Las Delicias de tantos otros recuerdos complementarios (Valentín, ¿Maître o dueño?, Paco Carantoña…) pero lleva cerrado dos años y nos fuimos a otro templo de Gijón, La Pondala, donde topé varios amigos al aperitivo, y en especial los González Buendía, de los que supo rebién su reincorporación gijonesa. Por cierto, masticando ese sagrado trozo rememoré de nuevo a Ayesta y su "Helena o el mar del verano" que tras "La Regenta" es la mejor novela asturiana, sin desmerecer a algunas otras como "Su único hijo", "Doña Berta, "Tigre Juan", "Nosotros los Rivero", "Diario de una maestra", "Los topos", "Camino con retorno", "La aldea perdida", "José", "Los agujeros del gusano"...

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