Opinión | Crítica / Música

Los felices años veinte

Extraordinario recital de la violinista María Dueñas y la Orquesta Filarmónica de Bremen en los Conciertos del Auditorio

Tan sólo 21 años cuenta María Dueñas. Poco más de dos décadas que podría celebrar junto al director del concierto –Paavo Järvi– quien, casi al mismo tiempo que nacía la solista granadina, se erigía como titular de la agrupación germana con sede en Bremen. Juventud y experiencia para encarar un programa repleto de atractivo y dificultades.

Al igual que otras orquestas alemanas que han recalado en el Auditorio ovetense en la presente temporada, la Filarmónica de Bremen exhibió un bloque muy compacto, fortalecido por una disposición que potenciaba los graves y revestía de solidez a la agrupación. Este hecho se pudo apreciar desde los primeros compases de la "Sinfonía número 1 en re mayor" de Schubert, donde los germanos lucieron un equilibrio excepcional. Al notable primer movimiento se sumaron un Andante muy aseado en sonoridad y un Menuetto-Allegretto interesante donde Järvi se recreó en un manejo del tempo, encogiendo y estirando la articulación. El allegro vivace final, con unos metales muy entonados, fue una página vibrante gracias a la ligereza y fluidez que los músicos alemanes supieron imprimir gracias a unos dinámicos juegos de volúmenes.

La interpretación del "Concierto para violín y orquesta número 1 en sol menor" de Bruch a cargo de María Dueñas fue sencillamente magistral. La granadina, sobrada de proyección, aúna de manera muy particular una técnica impoluta con un extraordinario lirismo que, sin duda, se ve favorecido por el esmaltado timbre de su instrumento. A su brillantez técnica hay que sumar un exquisito gusto para añadir un repertorio de matices que reviste de mayor interés su interpretación donde, cada trino y cada tímido vibrato parecen estar dispuestos en aras de una mayor expresividad. Incluso los pasajes más exigentes por su velocidad fueron ejecutados con un gran lirismo por parte de la joven violinista. Desde el pódium, Järvi mantuvo a la orquesta en un segundo plano, arropando a Dueñas sin incomodarla en ningún momento, favoreciendo además un engarce milimétrico en la concertación.

La "Sinfonía nº 2 en si bemol mayor" de Schubert cerraba el programa. Los alemanes desplegaron todo el color de la paleta orquestal gracias, en buena medida, a una cuerda sedosa y homogénea y a unos metales precisos y directos, con una emisión tierna y directa. Esta calidad tímbrica se cuidó aún más en el tiempo lento y en el Menuetto, donde un espléndido trío (con un oboe sobresaliente), aportaron una calidez excelente. Järvi realizó una lectura muy acertada e inteligente de cada obra. Preciso en las indicaciones y con una gestualidad sencilla, primó siempre el conjunto y una sonoridad compacta reforzada por el atractivo que aportaron diferentes dinámicas a lo largo de las tres obras. Para cerrar, ofrecieron una deliciosa interpretación del "Vals triste" de Sibelius, con unos pianísimos arrebatadores y gran manejo de la agógica que dejó momentos muy efectistas. Dos décadas de violinista y de titular al frente de la Filarmónica de Bremen que nos evocan los felices años veinte.

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