Opinión | Con vistas al Naranco

Anselmín

Anédotas de la incipiente democracia junto a un empresario de éxito de la época

En bachiller se estudiaban las voluntaristas demostraciones de la existencia divina que formulaba San Anselmo. El mismo fraile que impartía la asignatura era el primer escéptico sobre el errático razonamiento ontológico del tal San Anselmo. Mi compañero Anselmo López Acha, Anselmín, había quedado rezagado y no asistía a la escolástica refutación a quien daba amparo patronímico a su padre y a él. Sí estaba, sin embargo, en su pupitre cuando capciosamente le preguntaron el superlativo de rico a lo que, con el pícaro ingenio que nunca le faltó, respondió rotundo: "¡millonario!", entre la hilaridad general de los chavales que tendríamos no más de once o doce años. En pleito testamentario que su familia tuvo con la antecesora, Vda. de López Panadero, Anselmín y sus hermanos no dudaron seguir en la senda paterna que, concejal de uno de los abracadabrantes tercios de entonces, ¡democracia órgánica! le decían, fue alcalde en funciones sustituyendo a Antonio Rico Eguibar enfermo grave; más luego blandió que había sido premiado con laureada militar individual por méritos de guerra/cruzada que creyó bastaría para hacerle Alcalde efectivo por delante de los Defensores de Oviedo cuya laureada era solo colectiva, pero el tardofranquismo optó a dedazo por el tándem Manuel Buylla / Félix Serrano y, más allá –o acá– la recién fallecida Eloína Suárez. Acérrimo oviedista, Eugenio Prieto le hizo vicepresidente con el calificativo de económico que encajaba en su trayectoria. Trajo a Salinas a los Irureta con los que intimamos en la animosa preparación de un equipo que entró por primera y única vez en competiciones internacionales que truncaría un absurdo gesto de un tal Lacatus. También en Salinas estaba conmigo una tarde cuando me saludó, ya en Democracia de veras, Adolfo Suárez, que paseaba con Alejandro Rebollo, y Anselmo, pese a su parentesco con José María Aznar López, corrió tras ellos para desafiarlos al mus. Se volvieron educadamente, pero negando la partida con lo que respiré pues solo teníamos baraja francesa para canastas y bridge.

Leal de nuevo a los genes fue empresario de éxito e, ideologías aparte, siempre fuimos amigos, diría incluso que muy amigos.

Blancoy Negro, Botas, Al Pelayo, Froilán, Florentino Carral, Juan Montes... fueron fueron denominaciones, algunas leonesas, del Oviedo del ensanche tras el fin del El Carbayón con tejidos cuyos dependientes mostraban los géneros a la luz de la calle como si las telas tuvieran textura caleidoscópica. En aquellos vetustos rótulos aprendería a leer desde su casa, acera impar de calle Uría, José Uría Ríos, que mucho valoro ética e intelectualmente.

Anselmín hizo el paso de Blanco y Negro de Uría a Toreno para asistir a las rendiciones tenderas que para unos fueron a los bancos y para otros a los inexorables almacenes de la confección. Técnica comercial de la que algo me contó el mismísimo Pierre Cardin sobre cuya conversación, en su hogar de Maxim’s escribí en esta columna. Con, y por, Anselmo invité al emblemático modisto a Trascorrales ("Trasloscarrrros", pronunciaba divertido Walter Scheel, expresidente de Alemania) de mejor cocina que el mítico Maxim’s pero se fue antes de venir.

Anselmín se ha ido también ahora lejos del Ensanche y del argumentario de San Anselmo.

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