En aquellos viajes en autobús, en plena década de los 90, las cartas se convertían en el mejor pasatiempo. Aún no existían tablets, ni Spotify. Ni siquiera móviles. En la parte de atrás del vehículo, se montaban las partidas. Estaban Carlos, Cristóbal, Jankovic... Y un tipo serio, concentrado en lo que hacía. Una bestia competitiva. A Slavisa Jokanovic (Novi Sad, Yugoslavia, 1968) no le gustaba perder. Tampoco a las cartas. Aquellas timbas se alargaban durante todo el trayecto, las más de 6 horas por ejemplo que llevaban a Madrid. "A veces, incluso, llegábamos al hotel y ellos se quedaban en el bus acabando la partida", recuerda Armando. Era el Oviedo de los 90 un equipo con muy buen rollo. Por eso a Jokanovic no le costó integrarse.

"Aprendió rápido el idioma, no era como Radomir", rememora Carlos entre risas. "Eso le facilitó las cosas en el vestuario. Además tenía compatriotas que le ayudaban", añade. El Oviedo de la 93-94, en el que aterrizó Joka, tenía una clara influencia de los balcanes. Dirigía el grupo el serbio Radomir Antic. Y formaban parte de la plantilla los croatas Niko Jerkan y Janko Jankovic. Al año siguiente llegó otro croata, Prosinecki. Sus excompañeros recuerdan la entrada de Slavisa como algo natural. "Era una persona seria pero cuando tenía confianza era cercano", le describe Jerkan. "Serio e introvertido. Pero no le costó entrar en el grupo", abunda Armando. "Éramos una familia, nos conocíamos bien: Todos sabíamos de qué pie cojeaba cada uno. Un equipazo fuera y dentro. Así es fácil para los nuevos", interviene Carlos.

Radomir Antic fue un factor de suma importancia en su encaje en Oviedo. También más allá del césped. "Le trataba como un hijo", recuerda Armando. Joka hizo amistad con Dusan, el hijo de Radomir. Las dos familias vivían cerca. Los Antic, en Gil de Jaz. Los Jokanovic -Slavisa, su mujer y sus hijos- en Santa Susana. Incluso era habitual que el centrocampista fuera a comer a casa del entrenador y su familia.

Su llegada a Oviedo supuso una liberación para él. Yugoslavia se resquebrajaba. Y en plena guerra, Eugenio Prieto, presidente azul, y Celso González, consejero, se lanzaron a la aventura. Los dos aterrizaron en Budapest, Hungría, en septiembre de 1993 con el objetivo de alcanzar Belgrado y cerrar una operación que llevaban cincelando varios meses. Pero el acceso parecía imposible. Así que tuvieron que tirar de ingenio. Pagaron 80 marcos para que un conductor les ocultara en una furgoneta Toyota que transportaba valijas diplomáticas. Lo lograron. Y eso que la primera intención era la de fichar a Sinisa Mihajlovic.

La confianza dada por Antic se tradujo en un genial rendimiento en el campo. "Es uno de los futbolistas más completos con los que he jugado", defiende Carlos, que enumera sus virtudes: "Seriedad, trabajo, honradez". Jokanovic se hizo con el mando casi desde el primer día. Con una receta sencilla: competir en cada entrenamiento y en cada partido. No le hacía falta alzar la voz para convertirse en uno de los referentes en el terreno de juego. "Era tranquilo, no era de los de gritar en el vestuario. Ahora, como entrenador, es muy parecido", reflexiona Jerkan. "No levantaba la voz, no. Para eso ya teníamos a Berto", indica Armando. "Pero tenía carácter, ¿eh? Y jerarquía en el equipo. A veces se mosqueaba si no le pasabas la pelota. las quería tocar todas", añade el exlateral azul.

La impronta de Jokanovic en Oviedo es imborrable. Solo dos años en el club le sirvieron para ganarse al oviedismo. Y sin levantar la voz, no lo necesitaba.