Todos sabemos que las experiencias vividas en la infancia son importantes en el desarrollo de la personalidad de nuestros hijos. Como padres, buscamos ser fuentes fiables de conocimiento del mundo emocional; del académico ya responden nuestros colegios. Somos referentes para nuestros hijos y responsables de ofrecerles una educación donde puedan aprender a sentirse seguros, capaces y resilientes.

Pero las dudas llegan en momentos en los que nuestros hijos han de desenvolverse en contextos que exigirán de ellos una capacidad de adaptación con la que el menor no cuenta. La vuelta al colegio ocupa la agenda de todos nosotros y nos deja expectantes sobre una nueva etapa. Tenemos por delante un curso académico en el que debemos poder ayudar a nuestros hijos en la difícil tarea de construir una personalidad segura, una forma de ser que les permita regular sus emociones y relacionarse con los demás de forma exitosa.

El aprendizaje de la vida emocional de nuestros hijos pasará por nuestra implicación en sus asuntos afectivos. Pero, ¿qué es eso de implicarse? ¿Acaso no es algo que ya hacemos por el hecho de amar a nuestros hijos? ¿Qué más puedo hacer yo?

Cuidar, amar y proteger a nuestros hijos representan una sólida base, garante de un apego del niño a sus cuidadores principales. El apego se define como una relación paterno-filial muy especial de tono afectivo. Sin embargo, no todo apego es un apego seguro. El gran hito para padres y madres es alcanzarlo y consolidarlo. Con todos nuestros mejores deseos, y casi sin percatarnos de ello, podemos estar fomentando apegos inseguros, evitativos o ambivalentes.

Un apego seguro para con nuestros hijos es aquel donde el menor tiene la expectativa de que va a haber una respuesta por parte del otro. Pero no una respuesta cualquiera; se trataría de una basada en el verdadero interés por la subjetividad del niño. Tener la mente (del niño) en mente (la propia) puede parecer una tarea sencilla, pero se encuentra llena de obstáculos.

El apego seguro es la búsqueda de compartir los afectos y las tensiones, la búsqueda de un verdadero contacto subjetivo. Los niños aprenden a tomar consciencia de sus propios estados mentales, a identificar y representarse sus emociones a través del interés de los padres por la experiencia subjetiva de sus hijos.

Los niños adquirirán progresivamente la capacidad de comprender e interpretar el comportamiento, ya sea propio o ajeno, desde el punto de vista de los estados mentales. Es decir, interpretar el significado del comportamiento de los demás y el propio considerando los estados emocionales e intenciones. Ello posibilita el uso del pensamiento y las palabras de manera que permitan la autorregulación emocional y el autocontrol.

"Esta tarde te has portado mal, así que hoy no te dejaré el móvil" frente a: "Hoy te he notado muy inquieto y me pregunto si te habrás sentido nervioso. ¿Qué te han parecido los niños del cumpleaños?". Nos encontramos ante un inicio de curso lleno de desafíos y dificultades.

Aprovechemos la oportunidad de construir en nuestros hijos la capacidad de entender y entenderse en términos de estados mentales y no solo en lecturas superficiales de la conducta. Pero este proceso solo puede desplegarse en un entorno familiar donde la reflexión forma parte de la educación afectiva. Estaremos contribuyendo al sentido positivo sobre él mismo, a unas relaciones saludables y a una mejor regulación de las emociones. Aumentar la capacidad de resiliencia en nuestros hijos es aumentar la capacidad de reflexión.

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