El martes de Carmín se cerró con el cielo blanco. Los farolillos de ese color que se lanzaron ayer por la noche se tiraban “siempre desde el prao de la fiesta” para poner fin al Carmín. Entre pequeñas llamaradas y la música de danza prima, como un ritmo melódico y repetitivo, se terminó el pequeño lapso temporal en la vida de los polesos, polesas. allegados y allegadas que supone la fiesta. Fin de los reencuentros y despedidas de familia, pero con mucha alegría, sobre todo eso, mucha alegría. Un hasta pronto de las fiestas y de las familias que comenzó en el Ayuntamiento y terminó, junto a los romeros, en la plaza de Les Campes.

El cielo blanco es un vestigio. Viene de una antigua tradición, aunque ahora los farolillos han disminuido de tamaño. También es un gesto de ilusión pensando en las próximas fiestas y en una sociedad organizadora nueva y satisfecha.

Tradición es también la danza prima. Elena Martínez, de 57 años y que llegó a la Pola a los 11, no recuerda cuando comenzó a participar en ella. Ayer lo hizo de nuevo.

La celebración ha cambiado mucho en los últimos años y también en este de pandemia, pero los polesos y polesas ya no se agarraban de las manos sino de los pañuelos. El calor de la noche, con la gente y los fogones de los farolillos, se mantuvo intacto. Final a un Carmín renovado, pero también un Carmín de tradiciones.

Farolillos al cielo de la Pola como colofón al Carmín.

“Ya no hay tantos que se animen a bailar”, cuenta Pepa Embil, tía de Elena, antes de unirse a la cita obligatoria de cada año. Reconoce que es de la que más disfruta. Antes, se hacía porque era “la excusa para salir de casa”. Era la ilusión de cerrar el martes del Carmín, de terminar las fiestas y de salir con la pandilla. Y en este, cargado de reencuentros, de gente que el año pasado no pudo venir, se despide de la misma forma.

En el círculo, un momento de la danza prima. | I. G.

Cambió, dice Elena. Para las cosas buenas y las malas. Al principio, se cantaba desde el quiosco de la música y el sonido se perdía entre la multitud. Entonces “era un poco lío”, ríe esta integrante del coro. Ahora, su agrupación se coloca intercalada entre las hileras de la danza, siempre con la mirada fija en sus compañeros, y cantan y bailan y se empapan de lo que era y lo que fue el Carmín. Y ahora, con los deseos de color blanco, de que el año que viene sea mejor. Se acaba la música. De momento, hasta el próximo Carmín. A ver si los pañuelos vuelven al cuello.