Opinión

"Caracortada"

Una breve historia sobre un costalero en Andalucía

La historia que hoy voy a contar no quiere ir más allá de lo que en la misma se cuenta; que cada cual que la lea saque de ella lo que vea oportuno sacar, si lo viere. La recordé hace unos días, a propósito de ver en televisión una de esas procesiones de la Semana Santa andaluza; me tocó vivirla hace ya bastantes años en el pueblo de Córdoba en el que viví de niño, y quiero compartirla con vosotros ahora. Allá va.

Aquel era un hombre extraño, huraño de propia naturaleza, de mirar huido y barba por parroquias; piel recia y oscura con cicatriz que le cruzaba una de las mejillas y le medio cerraba el ojo de ese lado. No recuerdo su nombre ni falta que hace traerlo aquí; sí su apodo, "Caracortada", que parecía puesto para meter miedo a los niños del lugar. Vivía solo, en una especie de caseta junto al río; subía poco o nada al pueblo y sobrevivía de los jornales que daba el campo cuando los daba o de los frutos y animales que la tierra ofrecía cuando no era tiempo de aquellos. No tenía más familia que una madre, viuda o abandonada joven, que no recuerdo bien eso ni aquí viene al caso, y un hermano menor, sin que por la razón que fuere hubiese contacto alguno entre aquel hombre y su madre y hermano. En realidad aquel "Caracortada" no tenía trato con nadie.

A su hermano menor, algo mayor que yo, sí lo traté y sí que recuerdo su nombre, Paquito, le llamábamos. Era un chaval alegre, en todo contrario a su otro hermano, tan distinto que no parecían de la misma sangre; cercano a sus amigos y fiel hijo de aquella madre para la que se había acabado convirtiendo en razón de su existencia. Recuerdo también que llegados los días de la Semana Santa aquel buen chaval seguía a la vera de su madre la procesión de la hermandad del pueblo, en los silencios de las madrugadas de los Viernes Santos de aquella Andalucía entregada y descalza, y que después nos contaba su ilusión por ser algún día costalero, y más allá de eso el capataz que guiara el paso y diera los tres golpes del martillo de "la levantá"; así nos lo decía.

No pudo ser. Un mal día aquel chaval bajó al río a bañarse con unos amigos y una corriente traicionera o el no saber casi nadar o el no saber esperar a que el río te vuelva a sacar arriba, la cosa es que en aquel río quedó para siempre el bueno de Paquito.

Aquel mismo año, poco antes de las procesiones de Semana Santa y en el lugar en que la cofradía se reunía para prepararlas, se presentó ante la sorpresa de todos aquel otro hermano mayor, el de la cara cortada, y sólo habló para pedir que se le permitiera compartir el peso del trono. Sé que desde entonces y durante muchos años siguientes, aquel hombre subía al pueblo las noches y las madrugás de procesión, sin hablar más palabra que el echarse el costal sobre la cabeza, la faja en los riñones y el peso a los hombros, sin pedir ni permitir nunca el relevo en su carga ni se le escuchara queja de dolor o cansancio alguna, como si con aquello quisiera compensar lo que ya no había lugar ni tiempo para poder hacer.

Hace poco supe que "Caracortada" murió hace algunos años, solo y allá abajo en su caseta junto al río, y que hasta el final siguió cumpliendo con su obligación de costalero. Cuentan los de su cuadrilla que mientras él estuvo bajo el paso, después de cada tercer toque del martillo de bronce, en todas las levantás sentían el silencioso escalofrío de estar cerca de algo sagrado.

Ya os comenté que en esta historia no quería contar más que en lo que ella se cuenta; solo tenía ganas de compartirla. Nada más.