Opinión

Romance de la cafetera

Pasó hace solo unos días, recién ida la Cuaresma, que al olor del buen café y sin túnica nazarena, por culpa de una máquina ha resucitado la gresca.

Y fue que una de Podemos, dándole a la cosa vueltas, echó en cara al alcalde la compra de una cafetera, que al parecer es más cara que collar de oro y de perlas. Y el alcalde contestó, de una manera sincera, que estaba invitada a un café cuando ella bien quisiera, y mejor aún si llevara un bizcochín de la abuela, o que también podía traer unas galletinas caseras.

Y de ahí salió la cosa, que a causa de esa respuesta, que puesta a sacarle punta es el rayo que no cesa, frascos de tinta de imprenta se desbordan y se encrespan; y esas redes tan modernas, todas de lengua ágil y suelta, han hecho famosa a Siero en toda España entera, al olor del buen café de nuestra nueva cafetera.

Esos tertulianos tan sabios en todas las materias, ya han opinado sin dejar títere con cabeza, y nos han hecho famosos a cuenta de la máquina esa, que al escucharles parecen como aquel maestro Ciruela, que nunca aprendió a leer pero fue y puso una escuela.

Por fin unos días más tarde, para calmar la reyerta, ya de otra forma se explicó que lo de la cafetera no es ningún misterio ni nada que lo parezca, que es de una empresa de "vending", y que si un café quisieras no te va a quedar otra que tener que echar moneda; que es para atender visitas que al Ayuntamiento vinieran; que es mejor café caliente que no un frío quitapenas.

Haberlo dicho antes, hombre, como primera respuesta, y nos hubiéramos ahorrado toda esta inútil gresca. Haberlo dicho antes, hombre, que así todo se arregla, que ya sabes aquello de lo de la mujer del César, que así no hubiera lugar a toda esta follonera. Pero bueno, así es la cosa y así se lió la madeja, y ya se publican fotos de ese artefacto en la prensa, y que guapa es la jodida, pulida como patena, negra como el azabache, como joven de piel morena, más bella que los ojos de la mismísima Minerva, con sus botones de nácar y tan grande de apariencia que de esas fotos resulta, si la vista no mintiera, que el propio Juan Valdés dentro de ella estuviera.

Si en algo estamos de acuerdo en esto de la cafetera, es que lo que más importa no es que sea blanca o negra, o de tacto de frío acero o de suave o tierna madera, que a esta altura del partido lo que más ya nos consuela es tenerla bien grande, que no se nos quede pequeña, que nadie pueda decirnos, que nadie decirnos pudiera, que en Siero no la tenemos lustrosa, lucida e inmensa, que no puedan competirnos en tan esencial materia. Y que nadie se haga ilusiones, que hablo... de la cafetera.