Oviedo, Eduardo GARCÍA

-Y tú, ¿qué tal llevas el curso?

-Mal.

Hay sinceridad en la respuesta de Natanael Hernández, 13 años, alumno del IES de La Ería, en Oviedo. Su madre, Carolina Hernández, asiente.

-Es que no quiere estudiar.

Su hijo matiza:

-Es que no me gusta estudiar.

Y su profesor de Matemáticas, Rafael Saiz, remata con cierta ironía y mucho afecto.

-No sé por qué dice que no le gusta, si es que no lo probó nunca.

La historia de Natanael no es un hecho aislado en el sistema educativo asturiano. Adolescente con capacidades pero sin motivación, al que ni la familia ni el centro educativo consiguen empujar en el esfuerzo académico. Un buen chaval, que repite 1.º de la ESO y que va a pasar a 2.º porque así lo marca la hoja de ruta, a pesar de las bajas notas. Suspende muchas, pero aprueba Matemáticas porque ha dado con un profesor que se lo ha tomado a pecho.

Rafa y Natanael acaban de recoger uno de los premios nacionales que convoca el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid por un proyecto de conciliación familiar y laboral, una idea que consiste en ayudar a conseguir el título de la ESO a padres de alumnos que no hayan tenido ocasión de estudiar en su día, ayudados en esta segunda oportunidad por sus propios hijos. Deberes en común, y profesores también en común. El premio fue entregado en el área del palco central del estadio Santiago Bernabeu. Coincidió con el cumpleaños del presidente madridista, Florentino Pérez, y en eso se fijaron los medios de comunicación. Así se escribe la historia.

Carolina, la madre de Natanael, tiene 39 años. Estudiaba en Sama y tenía 10 años cuando su abuela sufrió un accidente. «Me quitaron de la escuela y me fui a cuidar a la abuela. Nadie obligó a mis padres a que siguiera estudiando», recuerda ahora con tristeza. Y aquello probablemente marcó su vida. «Lo que daría yo por poder estudiar, como mi hijo», dice.

Rafa Saiz lleva tiempo tratando de que Carolina Hernández, de etnia gitana, dé el paso necesario y se matricule a la prueba libre del Centro de Educación de Adultos. «El nivel de la prueba no es alto, es como un segundo curso de la ESO, así que la mayoría lo puede conseguir». Carolina está en fase de «a ver si puedo...», pero no lo tiene fácil. Trabaja desde las ocho de la mañana a las ocho de la tarde, «cuidando niños, a gente mayor o limpiando». Tiene tres hijos. «La pequeña cumplió 6 años y, la verdad, me encantaría ayudarla con los deberes. No puedo atenderla todo lo que quisiera por culpa del trabajo y, por lo menos, quiero estar con ella y serle útil con los estudios. Lograr el título de la ESO sería algo grande».

«Y después podría matricularse en un módulo profesional.

Rafa Saiz, en una de las clases del IES La Ería, le dice a Natanael algo que el chico ya ha escuchado más de dos veces a su profesor de Matemáticas: «Tu madre hace mucho por ti, y ahora no puedes decirle ahí te quedas».

Para Natanael, su madre son palabras mayores, quizás el único motivo realmente importante para ponerse las pilas con los estudios. El curso lo lleva como puede porque, como explica Rafael, «romper algunas etiquetas es algo muy duro. Hay que demostrar que uno quiere cambiar. Yo le digo que no es fácil, pero que tiene capacidades, tiene ilusiones y muchos medios a su alrededor para formarse».

Natanael Hernández tiene por las tardes su grupo en la Iglesia evangélica, donde fomenta el único sueño de futuro que de verdad ha consolidado: quiere ser músico. «Yo estoy contenta», dice Carolina, «porque el ambiente es bueno y los alejan de las malas compañías».

«Pero no es sólo pasarlo bien. Tendrían que utilizar alguna de esas horas de la tarde para que los chicos estudiaran», matiza Rafa Saiz, quien está convencido de las capacidades de Natanael: «Tiene arte para algunas cosas, podría abordar si quiera un Bachillerato por esa línea pero, claro, hay que superar la ESO». Saiz asegura que consolidar un «entorno de aprendizaje» alrededor del alumno es fundamental en su vida académica. «A muchos chicos les faltan modelos en los que reflejarse, también profesores que asuman compromisos personales con los alumnos. El problema es que muchos docentes piensan que eso es ir más allá de su obligación. Yo creo que no». Natanael también ha escuchado a menudo de Rafa la frase de «yo a ti te hago estudiar», manifestada no como habitualmente la sufrimos -a modo de amenaza- sino como un reto común.

Rafa Saiz es un profesor atípico. Trata de trabajar muy en contacto con los padres de los alumnos, mucha reunión y mucha tutoría. Sus pruebas están individualizadas y los alumnos pueden solicitar que les evalúe sólo aquellos objetivos que tienen preparados. Cada alumno marca su propio ritmo de aprendizaje. «Sólo cuenta lo que se ha aprendido, y lo que no... habrá que aprenderlo mañana». Con Natanael ha dado resultado, aunque sea relativo. Cuando lo pone frente al encerado, Natanael duda: «Si es que esto lo sabía...». Y Rafael explica: «Es la diferencia entre repasar lo que ya se sabe o no hacerlo». Para Carolina -admite- «esto es chino. Sé leer, escribir y hacer cuentas. Poco más». Pero se nota a la legua que es una persona inteligente. Sólo espera ayuda, la que le puede proporcionar un profesor insospechado: su hijo.