Oviedo, Eduardo GARCÍA

¿De qué sustancia está formada esta armadura

de mis huesos, que me sustenta

en pie, sino de barro astur

y de asturiana piedra?

Éste es un fragmento de la «Epístola a mis paisanos», que el escritor asturiano Ramón Pérez de Ayala escribía en 1927, precisamente el año en que iba a recibir el Premio Nacional de Literatura, y pocos meses antes de entrar con todos los honores (y quizá más tarde de lo deseable) en la Real Academia Española.

Hace ahora cincuenta años, en el verano de 1958, fueron reimpresas en España varias obras del escritor ovetense. Eran tiempos de deshielo. Cuatro años antes Ramón Pérez de Ayala había regresado a su país en compañía de su esposa y de uno de sus hijos. El otro se le había muerto muy poco tiempo atrás. Terminaba así un exilio que había comenzado con la Guerra Civil española y que le había abierto las puertas de Francia y, sobre todo, de la Argentina, donde pasó casi dos décadas de su vida.

En LA NUEVA ESPAÑA del 10 de agosto de 1958 la información sobre la reedición de la obra de Pérez de Ayala tenía para el redactor una lectura clara: «Le vuelve a colocar en el primer plano de la actualidad literaria». Efectivamente, Pérez de Ayala, que había sido embajador de España en Londres con la República, era para el régimen franquista uno de tantos escritores malditos, con obra oficialmente ninguneada. Algunos no le perdonaron nunca su firma, junto a otros dos ilustres de la intelectualidad española, Gregorio Marañón y Ortega y Gasset, en el manifiesto «Al servicio de la República».

La información del periódico, hace ahora cincuenta años, hablaba de un escritor «recluido voluntariamente en Madrid, que mantiene, sin embargo, viva la nostalgia de su rincón nativo». Una reciente colaboración en la revista «Mundo Hispánico» había servido para que Pérez de Ayala desempolvara su vieja «Epístola a mis paisanos», un centenar de versos llenos de emoción y nostalgia, una de las páginas literarias más hermosas relacionadas con Asturias, y una rotunda reivindicación de sus orígenes.

Un poema que parte de una tesis: la distancia, en el tiempo y en el espacio, mengua y entibia los amores y afectos entre seres humanos, pero acrecienta el amor al lugar donde hemos nacido: Sólo existe una especie de amor / tan dadivoso y de tenaz esencia / que la mantenida distancia / ni la prolija ausencia, / lejos de entibiar su rescoldo / y poner en su combustible mengua, / se aviva día a día, se dilata / el ámbito del alma y la domeña. / Es el amor hacia la patria chica. / Es el sagrado amor a la nativa tierra.

En 1958 la Universidad de Oviedo, en la que Pérez de Ayala estudió, celebraba el 350.º aniversario de su fundación. Entre los muros del Edificio Histórico de la calle de San Francisco Ayala conoce a Clarín y refuerza su vocación literaria, pero aquel joven que, ya en los umbrales del siglo XX, estaba cerca de ver publicada su primera novela, por entregas, en las páginas de «El Progreso de Asturias», nada tenía que ver con el septuagenario que regresó a España, conmovido por las desgracias familiares y herido por tanta mezquindad a su alrededor. Un hombre desengañado

Quizá por ello Pérez de Ayala rechazó la invitación de la Universidad de Oviedo para que protagonizara el acto central de aquella conmemoración del 350.º aniversario. Nunca regresó a su Oviedo natal, a su Pilares de novela.

A su muerte, en agosto de 1962, uno de sus amigos del alma, José Zaloña, explicaba al periodista Luis Alberto Cepeda en LA NUEVA ESPAÑA: «No había perdido la esperanza de volver, pero con la recepción unánime de admiración y cariño que él deseaba». El problema era que en torno a la figura de Pérez de Ayala la unanimidad era imposible en aquellos oscuros años cincuenta. Zaloña recordaba que «distintos amigos le habían ofrecido su casa y sus medios de locomoción para venir a la ciudad amada», pero él siempre se negó a hacerlo.

Tenía fama de hombre silencioso y, en ocasiones, frío. Aquella frialdad espantó a muchas amistades de ocasión de su casa de Madrid, pero era todo calidez con amigos de los de verdad, como Ramón Prieto, Valentín Andrés o Pepe Serrano.

La Universidad de Oviedo tenía como rector en 1958 a Silva Melero. La Dirección General de Enseñanza Universitaria estaba en manos de un asturiano ilustre, Torcuato Fernández-Miranda. Aquella celebración sirvió para inaugurar la Facultad de Ciencias, en la zona que se conocía entonces como la prolongación de Santa Cruz. Ahí sigue el edificio, pero ahora con más mujeres que hombres matriculados en sus clases, que cincuenta años no pasan en balde.

En la «Epístola a mis paisanos» Ramón Pérez de Ayala recuerda a su Universidad y el «indeleble magisterio de la que fue hispánica Atenas», y hace honor a los Aramburu, Alas, Buylla, Posada y Sela, con un recuerdo especial al genio secular astur en carne y hueso / del bueno de don Fermín Canella.

La peregrinación de amigos ovetenses a la casa madrileña del escritor fue incesante en esos cuatro últimos años de su vida. Pérez de Ayala recordaba a Nicanor Castañón, a Ramón de las Alas Pumariño, a Luis Biesca, al escultor Sebastián Miranda... El pintor Paulino Vicente, aunque veinte años más joven que Pérez de Ayala, también fue una persona especialmente apreciada por el autor de «A. M. D. G.».

Ramón Pérez de Ayala murió en la misma semana en que iba a cumplir 82 años, y con muy pocas horas de diferencia con la actriz Marilyn Monroe. Los dos fallecimientos compartieron primera página en los periódicos del martes 7 de agosto. Fue enterrado en el cementerio madrileño de la Almudena, pero su espíritu pudo regresar por fin a su tierra anhelada.

«¿No llevo, pues, a Asturias conmigo / hasta la cápsula y la médula / de mis huesos; montaña, valle, costa; / de Pajares al mar, de Castropol a Unquera?».

«El proverbio britano dice: / "Donde un inglés está, está toda Inglaterra". / Al igual, donde está un asturiano / está Asturias entera».

«¿De qué sustancia está formado este imperioso / músculo que en el pecho dicta el gozo o la pena / sino con emociones de la infancia / como el fruto de otoño fue flor de primavera? / Y de qué levadura fue acrecido / el pan del pensamiento por la hoguera / de mi imaginación, sino con agridulce / humor, y con lirismo de leyenda, / y con tolerante ironía, / y con sensualidad aldeaniega. / En suma, las virtudes / del sol de oro y la plateada niebla / del cielo de mi Asturias y los finos / efluvios y matices de conciencia / diluidos en nuestro cielo, / que el asturiano absorbe aunque no quiera?».

«La nostalgia es la perspectiva donde se perpetúa todo, y todo se acerca»