A Manuel López Herrera, poseedor de una singular y sugestiva iconografía que es resultado de una admirable asimilación de plurales disciplinas artísticas, no le disgusta la etiqueta con la que la crítica le ha destacado como uno de los pintores españoles de talento: el «realismo mágico». Pero ese marbete no agota, ni mucho menos, el lenguaje de un autor que ha recibido, por ejemplo, el premio especial «Reina Sofía» o la medalla de honor de los premios «BMW» de pintura. En su obra, que cuelga desde hoy y hasta el próximo día 27 en la gijonesa galería Van Dyck, hay también incursiones en el surrealismo, detalles que recuerdan el tratamiento caricaturesco que imprimía a sus figuras el expresionista alemán George Grosz, y, además, una sutil ironía de la que participan, a partes iguales, melancolía y optimismo vital.

«Mi pintura parte del respeto a los clásicos y pretende, a su vez, ser un contrapunto», explicó ayer López Herrera, pendiente aún de enmarcar algunas de los composiciones que se pueden ver a partir de hoy en Van Dyck, en la calle Menéndez Valdés. El artista madrileño expone un total de treinta obras de distinto formato, incluida alguna pintura de gran tamaño: «Es lo ultimísimo que he hecho».

Nacido en 1946, López Herrera hizo su aprendizaje en la Escuela de Artes y Oficios y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En su juventud fue copista en el Museo del Prado, una dedicación que ha trascendido a su obra, en la que hay muchas más lecciones de los grandes maestros de lo que una mirada ingenua o simplemente poco atenta podría percibir. En 1973 obtuvo una beca que le permitió ampliar estudios en Roma, Florencia, Venecia y Londres. Algunas de las lecciones de los grandes maestros flamencos están presentes también en los cuadros de un artista que, desde la honestidad de sus composiciones aparentemente sencillas, siempre parece dispuesto a plantearnos un enigma.

«Quien manda siempre es el cuadro, que es el que te pide cosas hasta que alcanza su propio sentido», señala López Herrera. El artista tiene obra en museos internacionales y colecciones privadas. Ha expuesto en Estados Unidos, Italia, Portugal, Bélgica, Argentina, Holanda, Inglaterra, Venezuela, Colombia y China, además de en varias ciudades españolas. Es, pues, un artista de acreditada trayectoria al que también ha influido su trabajo en el mundo de la publicidad. Durante algún tiempo dibujó y pintó, por ejemplo, las carteleras de los cines: «Creo que sí, que siempre queda algo de todo eso, aunque la mayoría de las veces ni siquiera te das cuenta». En la pintura de López Herrera es muy apreciable el minucioso cuidado de la técnica. En los fondos de sus cuadros hay un ajustado tratamiento de los colores, con los que logra esas transparencias que dan a su obra cierta calidad onírica que es lo que lleva a buena parte de la crítica a afirmar, suponemos, esa afiliación con el llamado «realismo mágico».

El espectador de la muestra de López Herrera en la galería Van Dyck se encontrará con la agradable sorpresa de «Domingo en Asturias», un emocionado paisaje en el que se rinde devoción al arte ramirense con una composición central del elegante complejo de bóvedas de San Miguel de Lillo. Toda una singularidad en un pintor de sorprendentes interiores que animan a un diálogo visual con los personajes y objetos que los pueblan. Hay en la pintura de este autor una constante invitación a ver en el cuadro una ventana por la que entrar en el gran teatro del mundo o de su mundo: «Me considero un pintor bastante optimista». Una declaración que debemos tener en cuenta.