Es curioso: mientras que las novelas de Stieg Larsson tienen una calidad decreciente, las películas inspiradas en ellas siguen el proceso a la inversa. La última es la mejor de todas, lo cual tampoco es decir gran cosa porque el nivel de la trilogía llega a un aprobado raspado en la segunda y suspende en la primera. En Millenium 3, sometida también a una severísima cura de adelgazamiento, tan inevitable como discutible a la hora de elegir lo que queda fuera, hay un estilo más brioso que en las anteriores, lo que no significa que pasen más cosas y a mayor ritmo, sino que la cadencia de lo que sucede y la forma en que se expone es más hábil y convincente. Todo ello, seamos sinceros, adobado con un inconfundible barniz televisivo (el hecho de que dedique un buen pedazo del pastel a recordar lo que pasó en la anterior lo deja bien claro), que debería ser el lugar lógico donde se proyecten unas películas a las que las salas de cine les quedan demasiado grandes. Noomi Rapace vuelve a ser lo mejor de todo (su personaje también es lo mejor de las novelas) y mantiene vivo el interés en un larguísimo juicio que sirve para atar cabos con cierta premura, aunque los admiradores del texto original pueden enfadarse por algunas «licencias» y, sobre todo, por una traición a la idea original del autor sobre sus dos protagonistas que le hubiera dejado helado.