Madrid, Ana MENDOZA

La escritora Ana María Matute ha hecho de la literatura su forma de estar en el mundo, y ayer, por fin, vio recompensada su trayectoria con el premio «Cervantes» por una obra extensa y fecunda que se mueve entre el realismo y «la proyección a lo fantástico», y por poseer «un mundo y un lenguaje propios».

Matute, académica de la Lengua y genial novelista y cuentista, se convierte, así, en la tercera mujer que gana este premio, que en sus 35 años de trayectoria sólo había distinguido hasta ahora a la ensayista María Zambrano (1988) y a la poeta Dulce María Loynaz (1992).

La «sorprendente» conjunción entre el realismo y lo fantástico que se da en la obra de Matute (Barcelona, 1925) fue destacada por el escritor Juan Marsé, premio «Cervantes» 2008 y miembro del jurado, cuyo fallo fue hecho público por la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, en un encuentro con la prensa.

Tras repasar la biografía de Matute, jalonada de «títulos clásicos de la literatura española» como «Olvidado rey Gudú», la Ministra manifestó la admiración que profesa a Matute, una escritora «con un mundo propio y un lenguaje propio», y, según dijo, así se lo transmitió a la ganadora cuando habló con ella para comunicarle el fallo.

La Ministra admira también a la autora de «Paraíso inhabitado» por su trayectoria «vital», por «esa firme voluntad» de ser narradora que tuvo desde niña, «por mantener esa vocación contra viento y marea y haber hecho de la literatura un medio de vida».

Juan Marsé admira a la ganadora «por muchas razones y no sólo literarias, sino de orden vital». Y es que la vida de Ana María Matute no ha sido fácil. Como les sucedió a tantos otros escritores de su generación, la Guerra Civil impidió un desarrollo normal de su adolescencia y juventud. Luego, en 1963, se separó de su primer marido, el escritor Eugenio de Goicoechea, al que ella llamaba sin rodeos «el malo», y le quitaron durante años la custodia de su hijo.

Marsé aludió, además, a otro elemento clave en la obra de la novelista catalana: «El bosque», esa palabra «tan importante» para ella y una de sus grandes obsesiones literarias, como ella misma dijo en 1998 en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, uno de los más hermosos que se han escuchado en esa institución. «El bosque es para mí el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño, pero también de la propia literatura y, a fin de cuentas, de la palabra», afirmaba en aquella ocasión esta escritora.

De todas las facetas desarrolladas por Matute, el presidente del jurado, Gregorio Salvador, académico de la Lengua, se centró en la producción de literatura infantil y juvenil de la escritora, «una autora verdaderamente genial y que tiene un público fiel en esas edades».

El jurado realizó seis votaciones antes de emitir su fallo por mayoría. Como cada año, hubo otros candidatos, y, según diversas fuentes, el escritor Antonio Muñoz Molina quedó finalista en esta edición del «Cervantes». «El ambiente apuntaba claramente a Ana María Matute, fundamentalmente porque hay que procurar que la gente reciba a tiempo los premios que se merece», señaló Salvador.

Sobre el hecho de que haya sólo tres mujeres con el «Cervantes», la Ministra dejó claro que, en materia de premios, «los jurados son absolutamente autónomos» y subrayó que, «independientemente de cuestiones de género, Matute se merece este premio por la calidad de su obra y por ninguna otra consideración».

La escritora Esther Tusquets, que formó parte del jurado, estaba «muy feliz» por el fallo y no ocultaba que Matute era su candidata predilecta. «Absolutamente feliz» se mostró también otra miembro del jurado, Juana Salabert, para quien el premio se le había dado a Matute «por una obra inmensa, deslumbrante, llena de fuerza, de personajes poderosísimos y por obras maestras como "Paraíso inhabitado", que es bellísima», dijo. «Ella es una artista de las letras y de la vida», concluyó Salabert.