Cuando el organismo se manifiesta, a nivel psíquico, con dificultad para conciliar el sueño, hostilidad, irritabilidad, enfado constante, cambios de temperamento, hiperactividad o preocupaciones excesivas, está seguramente avisando de la presencia de estrés; es decir, que los acontecimientos que rodean a la persona son mayores que su capacidad para afrontarlos y superarlos. Y como consecuencia de esta presión, a nivel físico, el cuerpo se queja a través de dolores de cabeza, tensión alta, alteraciones digestivas, taquicardia, tensión muscular o trastornos en la piel, entre otras dolencias. En definitiva, síntomas todos ellos que advierten de la necesidad de buscar una solución inmediata para reorientar, si no el rumbo de la vida, sí el modo de enfrentarse al entorno. En unos casos la persona es capaz, con sus propios recursos, de encauzar el problema que le amenaza, pero en otros, si la situación ya le ha desbordado, se recomienda que busque la ayuda de un profesional para poder así recuperar el bienestar, según señala la psiquiatra Paz García Portilla.

El estrés es un fenómeno natural en el ser humano y como tal estamos programados para soportarlo durante un cierto período de tiempo. Para ello el cerebro calcula cómo es la amenaza y se prepara. «Si la podemos ganar, nos enfrentamos a ella, pero si no, huimos», apunta la presidenta de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría.

A pesar de sus constantes connotaciones negativas, el estrés no siempre es malo, también tiene su lado positivo. «Una cantidad moderada es bueno porque ayuda a tomar decisiones, a superar las demandas que llegan de fuera y a crecernos», resalta la doctora García Portilla. Pero esta lectura positiva se vuelve negativa cuando el estrés es tan grande y continuado que bloquea y hace fracasar a la persona. Llegado este punto, las repercusiones son graves. Dado que el organismo no es capaz de adaptarse, comienzan a aparecer síntomas aislados y trastornos inadaptativos, de ansiedad, depresiones o enfermedades, comenta la especialista asturiana.

En la sociedad occidental, cada vez más exigente, competitiva y acelerada, el trabajo es una de las causas principales de estrés, pero ni mucho menos la única. Hoy en día nadie es ajeno a este fenómeno. Todas las personas están sometidas diariamente a contratiempos y a presiones más o menos grandes, algunas incluso forman parte de los buenos momentos de la vida, como un ascenso laboral, una boda, un nacimiento, una celebración o una mudanza pero que, por ser situaciones novedosas, generan incertidumbre y, como consecuencia, estrés.

Y no todo el mundo reacciona del mismo modo ante una realidad igual; hay quien posee la capacidad para adaptarse a la presión, pero hay quien, dependiendo de factores internos o de expectativas personales, les resulta más complejo. Por ello el consejo de Paz García Portilla es el siguiente: «para superar el estrés es conveniente conocer las limitaciones de uno mismo y aprender a decir no. Estamos metidos en una escalada de actividad que parece no tener fin. Se debe bajar el ritmo, establecer preferencias y dejar un tiempo para uno mismo».