El Festival se ha volcado este año con el cine político como no ha hecho nunca en otras ediciones. Después de la tediosa «Low Life», que nos introducía en el joven pensamiento político francés de la era Sarkozy, la mañana de ayer continuó con «El estudiante», un thriller político que nos habla de un joven sin vocación y sin rumbo que se dedica a deambular por la Facultad de Buenos Aires. Un lío amoroso con una de sus profesoras le abrirá las puertas a la militancia política. A partir de ese momento, la eficacia con la que resuelve los diferentes problemas a los que se enfrenta su agrupación estudiantil le allanará el camino para ascender en una carrera política meteórica y muy prometedora. La peli es un buen manual de lo que son los códigos políticos contemporáneos, la eficacia del pragmatismo político, frente a los dogmatismos que emergen de la ideología, puestos a escena en asambleas y reuniones estudiantiles, donde no faltan jóvenes socialdemócratas, peronistas de izquierdas o trotskistas, animales de compañía que entorpecen las clases de sociología y dedican la mayor parte del tiempo a convocar asambleas donde se decide más bien poco. Este tema le sirve al Alfonso Mitre, su director, como excusa perfecta para poder ofrecernos un retrato de iniciación política, llena de ambigüedad moral, que va adquiriendo formato de thriller, a pesar de su tono documental, que trata de huir, no obstante, de cualquier símbolo de contemporaneidad. A pesar del interés político que encierra la ópera prima del argentino, lamentablemente, los protagonistas se enredan en una verborrea constante e insufrible que resta ritmo a la cinta desde el primer momento.

Si no habíamos tenido suficiente con esta visión pragmática de la política, la tarde nos deparaba la última película de Alexander Sokurov, su versión del Fausto de Goethe, una nueva y quizá innecesaria adaptación. Sokurov, que viene de hacer una trilogía del poder con su visón de Lenin, Hitler y el emperador Hirohito, vuelve con una película que trata de cerrar, a modo de epílogo, su trabajo anterior a través de imágenes, pensamientos, diálogos y personajes que invitan al sueño, a pesar de la exquisita puesta en escena con la que trata de mantener despierto al espectador. Sin complicarse mucho en la trama, la cinta no aporta nada nuevo sobre la historia del hombre que vendió su alma al diablo. Como usted bien sabe, querido y desocupado lector, Fausto va de un médico que constata las miserias de la naturaleza humana y se plantea los dilemas y el precio para lo que quiere conseguir en la tierra. En esta ocasión, el desarrollo de esa indagación moral es plúmbeo y prescindible, aunque se la recomendamos a cualquier profesor de Filosofía.