A veces, el marketing de una película puede ofrecer muchas pistas sobre su conceptualización previa. Que, tanto en EE UU como en España, se haya evitado colocar el «2.ª parte» a este «Ghost rider: espíritu de venganza» indica que sus productores intentan por todos los medios evitar la asociación con la primera entrega, un fracaso de crítica y público. Además de cualquier referencia al pasado (excluyendo a Nicolas Cage), la oportuna decisión de los productores fue encargarle esta secuela a Neveldine y Taylor, responsables de la ultratensa saga «Crank». Con ellos y su obsesión por la acción total, este «Ghost Rider» regresa a los territorios de la diversión (y la desvergüenza) total. En medio de una conspiración demoníaca que persigue la venida del Anticristo, el motorista fantasma se vuelve a debatir en su dualidad bien/mal de Jekyll postmoderno que ya aparecía en los cómics originales. De entre su meneo a la película anterior, se agradece que no hayan tocado a Cage. El actor, con su desmesura habitual, capitaliza otro de los valores. Así, y como mandan los cánones del género, los diálogos empiezan a importar poco (salvo en los magníficos interludios animados) y todos los esfuerzos de los directores se monopolizan en mantener la brutal acción (esa grúa fantasma) y un punto de chifladura galáctica.