¿Cómo se analiza la crisis europea desde América Latina?

El camino a la crisis europea es amplio. La moneda única ha favorecido la integración y ha ayudado mucho al comercio. El problema es que se fue abriendo y abriendo, y algunos países que no tenían suficiente fortaleza económica quisieron estar a la altura de los otros. Esto ha hecho que haya ese desbalance y, hemos visto soluciones de emergencia. Por otro lado, no se puede ocultar que el estado del bienestar, sobre todo la sanidad, es bastante caro. Sobre todo cuando hay menos cotizantes porque disminuye la población. Además, tener que confrontar deudas que se vuelven impagables es un problema grande. Pero la crisis es también cultural. La ética se quiso reducir a lo individualista y no se tuvo en cuenta lo social. Los bancos no es que sean del todo culpables, pero el delito de especulación ayudó a que la crisis se extendiera.

Sin embargo, para contrarrestar esta crisis, que es también una crisis de lo social, se acude a medidas como la reforma laboral española, un aldabonazo más al estado del bienestar.

Yo creo que la solución no va por ahí. No puedo opinar sobre esta reforma laboral concreta porque la desconozco, pero cuando hay un desempleo muy grande, ¿qué camino les toca a los ciudadanos? En los países de América Central la mayoría de los jóvenes quisieran ir a Estados Unidos, pensando que es el paraíso terrenal, y muchas veces van a pasar dificultades enormes. Nosotros tenemos que confrontar centenares de deportados casi cada día. El fenómeno de la migración es otra consecuencia de la crisis, que también puede causar hasta xenofobia. Europa es una amalgama de tantísimas culturas distintas, que el desarrollo de la xenofobia sería volver atrás. O radicalismos. Vemos por ejemplo en Alemania esos neonazis, que reavivan ideologías antihumanas. Pero tampoco el panorama es absolutamente negativo.

Ante esto, el capitalismo lo que ha hecho es afilar más sus dientes, dejando al individuo cada vez más acorralado.

Estamos de acuerdo. Juan Pablo II ya advirtió, cuando cayó el muro, que había que tener cuidado con pensar que el capitalismo era la única alternativa. Como usted dice, estamos viendo la ideología de un nuevo orden económico, que no es más que endurecer el capitalismo salvaje, un capitalismo que quisiera eliminar todo el aspecto social de la economía. En América Latina se viene hablando de la opción preferencial por los pobres. Yo creo que esto pasa por la reforma de la economía. El sistema está produciendo cada vez más una desigualdad enorme. La brecha se ha vuelto ya un abismo y nos damos cuenta de que así no se puede alcanzar la paz. Sin la justicia social hemos visto estos estallidos de una violencia terrible en Grecia. No es ese tampoco un camino.

Cáritas está siendo en España un verdadero colchón para muchas familias que se han quedado sin protección social, descolgadas del sistema.

Yo creo que Cáritas es precisamente uno de los signos de esperanza. Porque no es que queramos suplir las obligaciones de los gobiernos, pero Cáritas tiene como meta suscitar la solidaridad. La solidaridad es la respuesta católica al problema de esta brecha, que logremos que todos seamos un poco más solidarios. Para nosotros limosna no es unos cuantos euritos que sobran en el bolsillo y en una hucha. Para nosotros limosna es solidaridad. A nivel internacional nos sentimos orgullosos de Cáritas española, que ha sido capaz de suscitar una red de solidaridad tan grande, que para muchas personas prácticamente es el único camino para tener siquiera alguna comida al día. Eso parecía imposible en España.

En Italia se ha decidido que la jerarquía eclesiástica pague impuestos. Una de las primeras cosas que aprobó el nuevo Gobierno español fue una importante aportación económica para la Iglesia católica. ¿No se deberían ustedes sustentar de los aportaciones de los feligreses?

Yo creo que es justicia que el Estado reconozca la labor social que hace la Iglesia. Si esa labor se cuantificara, el Estado tendría que pagar muchísimo más. Por ejemplo, hablemos de todos los sistemas de salud, de escuelas y colegios, de formación profesional y técnica para tanta juventud, de ancianatos y orfanatos. Si el Estado tuviera que invertir ahí creo que sería muchísimo más caro. En Honduras no tenemos ningún apoyo del Estado y prácticamente la Iglesia se sostiene con las ofrendas de los fieles, en su mayoría pobres. A las personas muy pudientes, pues ya se les olvida la Iglesia. Todo manejado con transparencia es en bien de la sociedad.

Ahora, desde Europa miramos a algunos países de América Latina, caso de Argentina y Brasil, como tierras de oportunidades. La tortilla se da la vuelta.

Yo creo que Europa necesita volver a sus raíces. Cuando a un árbol le cortan las raíces, se seca. Fue una página un poco triste que el Parlamento Europeo, cuando elaboró su Constitución, no quisiera reconocer las raíces cristianas de Europa. No se trata de ningún proselitismo sino de una objetividad de la Historia. Si San Benito es el fundador de Europa. Si se quitan las raíces, lógicamente queda un proyecto sin norte. Nunca como ahora hemos tenido tecnologías de orientación. Antes era con las estrellas, después llegó la brújula, pero ahora tenemos el GPS. Pues muy bien, nunca como ahora el mundo ha estado tan desorientado. Necesitamos volver a esos puntos cardinales tan importantes en la vida, y uno de ellos es la trascendencia. Si quitamos la dimensión trascendente, la vida se vuelve un laberinto sin salida, porque falta el horizonte que trasciende. Ese es uno de los puntos que debemos enfatizar. Europa no necesita copiar, necesita reeditarse, reeditarse con los grandes valores que hicieron surgir la Europa comunitaria. No olvidemos que en la raíz hay políticos santos. Adenauer, Schuman o De Gasperi, desde su fe fueron capaces de ser fundadores de este continente. No lo vamos a fundamentar en arena, sino a construirlo sobre roca. Y la roca está ahí.