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Y Irons se refugió en la cocina

El actor británico, que cenó el domingo cerca del auditorio de Oviedo, intentó sortear la presión de las admiradoras entre los fogones del restaurante

Irons con la soprano Kerstin Avemo y el musicólogo Cosme Marina.

El Jeremy Irons tímido hasta casi lo patológico y el Jeremy Irons simpático y comunicativo. Dos caras de un mismo personaje verdadero. El actor británico llegó a Oviedo, recitó a Goethe sobre música de Beethoven, triunfó sin histrionismos escénicos, fue perseguido literalmente por las admiradoras y al final acabó charlando con todo el mundo entre vinos, risas, pinchos y piropos.

En la noche del sábado en La Rambla de Barcelona cortó el tráfico. O, mejor, lo cortaron sus seguidores apelotonados a la salida del Gran Teatro del Liceu, donde había recitado el "Egmont" de Beethoven con la Orchester Wiener Akademie y la soprano sueca Kerstin Avemo, todos bajo la dirección del maestro Martin Haselböck. El mismo programa que se ofreció el domingo en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo.

A la cita carbayona llegó a pie, solo, con buen paso, apenas 45 minutos antes de la hora del concierto y desde el hotel de la Reconquista, donde estaba alojado. Quería ver un poco la ciudad, que le pareció muy bonita y con una milagrosa capacidad para ofrecer conciertos de gran formato a pesar de las relativamente reducidas dimensiones de la urbe.

Pérez de la Sala arriba, advirtió que en la esquina le espera gente -sin duda admiradoras- y pretendió entrar precipitadamente en el Auditorio por el primer hueco a la vista. Misión imposible. Tuvo que pasar al lado de las admiradoras, a las que no dirigió ni siquiera un parpadeo. Durante la primera parte del concierto estuvo en el palco oficial, parco de palabras y gestos.

A la salida, tras su actuación, fue otra cosa. Decenas de señoras lo esperaban en el zaguán. Alegó que salía un momento a fumar, pero nadie picó. Lo siguieron entre aclamaciones hasta La Cava de Floro, un restaurante cercano, donde acabó cenando con la orquesta. Más de cincuenta personas en total.

Cómo sería la cosa que se tuvo que refugiar en la cocina durante un cuarto de hora. Gracias al dominio del inglés de Mónica Quirós, hija de los dueños del restaurante, el trance surrealista se superó con nota. El actor aprovechó para pulsar algunas particularidades de la cocina asturiana.

Y llegó la hora de la distensión general, empezando por el tímido actor, gracias al jamón, acompañado de parrillada de verduras, croquetas de manzana con virutas de foie, fritos de merluza, huevos rotos y otras delicias gastronómicas, todo ello regado con vinos de Ribera del Duero. Risas, charlas animadas, fotos... y arroz con leche, muy celebrado por los músicos austriacos, que pagaron a escote: 20 euros.

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