El papa Francisco inauguró la Semana Santa pidiendo compromisos con los refugiados. El Santo Padre presidió ayer la tradicional celebración litúrgica del Domingo de Ramos y la Pasión del Señor en la plaza de San Pedro de Roma, y ofreció a los fieles una homilía en la que lamentó que haya mucha gente que no asuma la responsabilidad del destino de los refugiados. Jorge Bergoglio recordó que, de camino a la cruz, Jesús "experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino".

Y en este punto, haciendo gala de la espontaneidad que caracteriza la mayoría de sus intervenciones, apuntó: "Pienso en tantos marginados, en tantos refugiados... y también en tantos que no quieren asumir la responsabilidad de su destino".

Las frases de Francisco se producen en el mismo día en el que entraba en vigor el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, que contempla la devolución a este país de los inmigrantes irregulares que lleguen a las islas griegas.

A las nueve y media de la mañana comenzó en la Plaza de San Pedro del Vaticano la gran fiesta católica que conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén: el Domingo de Ramos.

El papa Francisco llegó a la plaza vaticana a pie, con una mitra dorada y una casulla roja, y se acercó hasta el obelisco central para ser testigo de la procesión de las palmas e impartir su bendición. Posteriormente, fue en procesión hasta el altar ubicado ante la fachada principal de la Basílica de San Pedro, donde presidió la celebración de la eucaristía.

Ante los miles de fieles procedentes de todas partes del mundo que acudieron a la plaza vaticana a escucharle, recordó cómo cuando Jesús de Nazaret entró a Jerusalén "la muchedumbre" lo acogió con "entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo" y al grito de "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!". Pero, prosiguió, a su entrada triunfal le siguió una "humillación" que "parece no tener fondo" y que fue la que experimentó durante la Pasión, a la que continuó la Muerte y la Resurrección.

"La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo", relató.

Pero no solo lidió con esta traición, destacó, sino que sufrió "en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas" desfiguraron "su aspecto haciéndolo irreconocible", y Poncio Pilato lo envió "posteriormente a Herodes", quien lo devolvió "al gobernador romano; mientras" le fue "negada toda justicia".

"Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales", lamentó.