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Un ángel asturiano camina por Kinsasa

Ángela Gutiérrez, monja de la orden de las Hospitalarias, lleva treinta años en el Congo sacando de la calle y cuidando de los enfermos mentales

Sor Ángela sostiene en brazos a Benita, la recién nacida que acaba de rescatar de las calles de Kinsasa. INMACULADA GONZÁLEZ-CARBAJAL

Cuando sale a pasear por las calles de Kinsasa suceden cosas extraordinarias. Hace treinta años que Ángela Gutiérrez, sor Ángela, tiene su casa en la capital de la República Democrática del Congo, uno de los países más pobres y violentos del mundo, pero ella asegura que nunca ha tenido miedo. Quizás, admite si se la aprieta mucho, en tiempos de Mobutu, cuando los ladrones entraban en la casa de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, la orden misionera a la que pertenece, y las dejaban casi con lo puesto. Pero es que sor Ángela, asturiana de Panes y con residencia en Kinsasa desde hace más de treinta años -ahora tiene 73-, dice que allí es muy feliz, que se siente como en su pueblo, que la gente la quiere y que muy a menudo, cuando sale a la calle, se encuentra algún milagro.

El último le ha robado el corazón, se le nota hasta hablando por teléfono, a ocho mil kilómetros de distancia. Se lo encontró en un mercado: una madre con problemas mentales y su hija recién nacida. El bebé cumple hoy diez días. Ni nombre tenía cuando la recogieron y las monjas han decidido llamarla Benita, porque dicen que es "una bendición".

De esas historias sor Ángela tiene a patadas. No hace mucho sacó a una mujer enferma de un vertedero de basura, donde su familia la había abandonado; otro día se encontró a una chiquilla de 13 años deambulando, la habían echado de casa atemorizados por sus ataques epilépticos, arrastraba una bolsa con su ropa atada del brazo.

En Kinsasa la orden de las Hospitalarias trabaja con personas con problemas mentales, a las que saca literalmente de la calle. Sus parientes los expulsan y los alejan, porque creen que su estado es producto de alguna brujería. Sor Ángeles es la única europea en un centro atendido por ella, otras dos monjas y algunas jóvenes. En él cuidan a trescientas personas, todas con enfermedad mental. Han montado un taller en el que pueden aprender un oficio. Incluso han conseguido que el Gran Hotel de Kinsasa les ceda una tienda donde ponen a la venta sus artesanías.

También intentan hacer entender a las familias la naturaleza real de las enfermedades mentales, en un país en el que, por lo que cuenta sor Ángela, mucha gente no es capaz de mantener la cordura en medio de la continua inestabilidad, donde lo que hoy cuesta uno mañana puede costar cuarenta y en el que un simple yogur es un artículo de lujo. Ante semejante locura la gente pierde la cabeza y echa a caminar, sin rumbo.

Y eso sucede en "un país que es riquísimo" -con un subsuelo en le que abunda el cobre, el oro, las vetas de diamantes, el cobalto, con uranio, coltán y petróleo- cuenta sor Ángela, y que a pesar de los años que han transcurrido desde su llegada apenas ha visto mejorar. "Un militar cobra 50 dólares al mes, y con doce hijos", cuenta la monja asturiana.

Escasea el agua, hay problemas con la electricidad, el país vive atenazado por la epidemia de ébola y la guerra y apenas quedan misioneros, pero sor Ángela no piensa en el regreso. La orden ha adquirido un terreno y busca dinero para construir un nuevo centro donde atender a más enfermos. Sor Ángela insiste: "Yo no tengo miedo, tengo esperanza. Esta mañana daba gracias a Dios por la alegría de la niña pequeña que sacamos de la calle".

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