Las autoridades sanitarias deben preparar planes de contingencia ante la eventualidad de que el coronavirus del covid-19 eluda en el futuro la inmunidad que confieren las actuales vacunas. Así lo ha advertido desde su cuenta de Twitter el inmunólogo y epidemiólogo Michael Mina, profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, en Estados Unidos.

Mina, que está considerado una de las mayores autoridades mundiales en vacunas, señala que hay una “justificada preocupación sobre las variantes del SARS-CoV-2”, en alusión a las del sureste de Inglaterra y Sudáfrica. Aunque pone por delante que no quiere ser “alarmista” y que “las mutaciones no indican hasta ahora una evasión de la inmunidad importante que interfiera con las vacunas”, estos cambios genéticos “deben ser un toque de atención para pasar a la acción”.

El científico apunta que las principales vacunas contra el covid-19 (Pfizer/BioNTech, Moderna, AstraZeneca/Oxford y Johnson&Johnson) son similares, en el sentido de que, aunque utilizan “vehículos diferentes”, “cada una muestra una proteína espícula similar del SARS-CoV-2”.

Ocho de las 23 mutaciones de la variante inglesa de este coronavirus afectan a la proteína “S” o espícula, las “llaves” que usa el virus para penetrar en las células. Es la parte del virus que se utiliza como diana para las vacunas. Muchos expertos consideran que las vacunas existentes utilizan suficientes epítopos (zonas de la macromolécula que son reconocidas por el sistema inmunitario) de la glicoproteína “S” como para que nuestras defensas reconozcan este antígeno, pese a que presente algunas mutaciones. Sin embargo, esto podría no ser así en el futuro, apuntan algunos científicos. “Estamos introduciendo estas vacunas en humanos a nivel mundial cuando hay millones de infecciones en curso”, advierte Mina. “Iniciar la vacunación con casos elevados aumenta el riesgo de que surja un mutante con las mutaciones precisas para evadir la inmunidad de la vacuna. No ha ocurrido, pero puede ocurrir”, avisa.

¿Hace falta un plan B para las vacunas?

Un estudio publicado en septiembre en “PNAS”, la revista oficial de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, y basado en el análisis génico con unos 27.000 infectados, constataba que el nuevo coronavirus había mutado muy poco desde diciembre de 2019. Hasta ahora se han verificado una media de dos mutaciones al mes, la mitad de lo que suele mutar el virus de la gripe estacional. Sin embargo, el prestigioso virólogo Raúl Ortiz de Lejarazu advertía que el SARS-CoV-2 vivía entonces una “luna de miel biológica” al tener escasa presión inmune de los humanos, y que mayores niveles de anticuerpos –los que hay ahora, con más población que ha pasado la infección y personas vacunadas– podrían seleccionar “mutantes de escape” del virus. Esto, según Mina, podría pasar “en años, meses o ahora mismo. No lo sabemos”.

Michael Mina destaca que las vacunas de ARN mensajero –Pfizer/BioNTech y Moderna– pueden ser reprogramadas rápidamente, pero en caso de evasión de inmunidad, personas ya vacunadas tendrían que ser vacunadas de nuevo. Si esto ocurre, sería una conmoción para la economía global, advierte el epidemiólogo.

El científico estadounidense, que recientemente participó en un congreso virtual sobre vacunas organizado por el investigador gallego Federico Martinón-Torres, aconseja “diversificar” las vacunas, probar las de virus atenuado o inactivado, o las de múltiples proteínas y péptidos. También sugiere comenzar ensayos con una sola dosis de vacuna –las actuales requieren dos–, dado que podría proveer niveles de protección contra el covid-19 significativos. En tercer lugar, reclama distribuir test rápidos de antígenos a todos los hogares.

Otro motivo para elaborar un plan de contingencia, concluye Michael Mina, es que desconocemos la duración de la inmunidad de las vacunas, incluso con las dos dosis planeadas actualmente. “Hay una buena razón biológica para pensar que la durabilidad de la vacuna puede caer de una eficacia alta del 95 por ciento después de unos pocos meses”, advierte.