La cantaora catalana Mayte Martín arriesgó y acertó con la adaptación de su disco “Tempo rubato” en versión sinfónica, durante el concierto celebrado el viernes a las 19 horas en el Auditorio de Oviedo. Mereció la pena esperar los meses que se pospuso su actuación en Oviedo para poder disfrutar en el Auditorio de Oviedo de su arte junto a la OSPA. Joan Albert Amargós fue quien se encargó de la adaptación de las canciones a la plantilla orquestal, y consiguió una fusión de estilos muy atractiva, donde la voz y la poesía son las protagonistas pero la orquesta juega desde un segundo plano, pero está llena de detalles tímbricos y juegos sonoros. Son, han sido y serán también muchos los artistas que en algún momento de su carrera artística se han lanzado a incorporar una orquesta sinfónica en su repertorio de canciones, pero en estos arreglos de Amargós, cuya experiencia en el terreno de la adaptación es muy conocida, no hay nada forzado, todo fluye y el resultado es un producto sonoro de gran calidad.

Martín se pegó a la honestidad artística, la sobriedad y la elegancia que desde largo tiempo atrás definen su carrera, pero también supo modular su voz, en ocasiones desgarrada de dolor, en otras delicada y emotiva. Había química entre la cantaora y Joan Amargós, que también ejerció como director musical el pasado viernes en el Auditorio. Sus gestos en el podio difirieron de la tradición, estuvo en todo momento muy pendiente del tempo. En la primera parte del concierto se esforzó en que los profesores de la orquesta siguieran a la percusión. Para la segunda parte de la velada, destinada al “Amor brujo” de Falla, quiso mantener esta dinámica, pero en algunas indicaciones se echó en falta mayor precisión y mayor atención a los planos sonoros. Martín se involucró en cuerpo y alma en la gitanería de Falla, potenciando aún más el grano de la voz, más ronca y con un color más oscuro, pero potente.

La OSPA, muy versátil, en un programa tan ecléctico como atractivo, salió con éxito de su zona de confort. En el “amor brujo” tuvo momentos brillantes, de gran sonoridad, que se desvanecían de inmediato hasta convertirse en poco más que un murmullo. El violinista asturiano y miembro del Cuarteto Quiroga fue el concertino invitado en esta ocasión.