Han pasado 28 años desde que la pandilla de buscavidas e inadaptados que protagonizó “Trainspotting” puso patas arriba el mundo literario. En sus últimas dos novelas, Irvine Welsh ha recuperado a unos personajes que, considera, siguen teniendo cosas que decir sobre el estado del mundo.

En “El artista de la cuchilla”, novela de 2016 que acaba de ser publicada en castellano por Anagrama, el escocés Welsh (Edimburgo, 1958) asume un riesgo considerable al elegir como protagonista a Frank Begbie, el carismático psicópata ultraviolento de la saga “Trainspotting”, y darle una nueva vida en la soleada California como hombre (supuestamente) rehabilitado, padre de familia y artista de éxito. La muerte de uno de los hijos que dejó desatendidos en Edimburgo empuja a Frank a regresar al viejo hogar y pone a prueba la solidez de su nueva personalidad, una trama que sirve a Welsh para brindar un rico estudio psicológico del personaje y para reflexionar sobre cuestiones como la herencia familiar, la ira, la venganza y el conflicto.

–Se diría que la novela tiene algo de experimento conductista. “Cojamos a este tipo horrible, rodeémoslo de amor y de arte y veamos qué ocurre con él”.

–Bueno, en parte esa era la idea. Me impuse el reto de construir una historia para Begbie, porque de todos los personajes principales de “Trainspotting” él era el que menos futuro parecía tener. Así que me planteé cómo podría darle una existencia que fuera interesante. Y se me ocurrió introducir en su vida el amor y el arte, porque estas son las cosas que se supone que redimen a las personas…

–Pero no a Frank Begbie.

–Lo había convertido en un artista exitoso, un hombre de familia, y eso estaba bien, pero también resultaba un poco aburrido. Así que pensé: ¿qué pasaría si el tío hubiera aprendido a controlarse pero siguiera siendo un psicópata peligroso y resentido? Así que ahí tenemos a Frank: un personaje que vive una vida de éxito y que al mismo tiempo tiene toda esa rabia dentro. Él odia el sitio del que procede porque allí todo el mundo pretende que siga siendo el mismo que era antes; de este modo, todo se convierte en una excusa para entablar una guerra con su lugar de origen y con toda la gente que hizo de él el mal bicho que en realidad es.

–¿Por qué nos resulta atractivo un tipo tan impresentable?

–Eso es parte del reto. En “Trainspotting”, Begbie era el típico tío chungo con el que no te quieres cruzar, un personaje violento y negativo con un punto de comedia. Pero con el tiempo se ha convertido en esta especie de icono cultural un tanto inquietante. Supongo que es porque de algún modo personifica esa rabia del hombre blanco que está hoy tan extendida. Toda esa gente que está siempre enfadada aunque no sepa muy bien por qué.

–Tiene sentido que “El artista...” se publicara el mismo año en el que Trump fue elegido.

–Claro. Trump se aprovechó de ese fenómeno porque él también lo representa muy bien. El tío es jodidamente rico, ha heredado el dinero de su padre, tiene un montón de rascacielos con su nombre… pero aparece siempre amargado o cabreado con alguien. ¿Qué coño le pasa? De hecho, si Frank Begbie se hubiera criado en un entorno privilegiado probablemente habría sido un buen político o un buen empresario. Gente sin escrúpulos que puede cometer un montón de tropelías sin ensuciarse las manos.

–Ahora Frank es un psicópata rico y con una familia ejemplar. Tal vez aún podría considerar lo de dedicarse a la política.

–Sí, ese debería ser su próximo paso. Presentarse a gobernador de California. ¡O volver a casa y convertirse en primer ministro!

–¿Se siente personalmente insultado si alguno de sus libros no ofende o molesta a alguien?

–No, no es eso. No escribo nunca con la pretensión deliberada de ofender a nadie. Al fin y al cabo, que te odien unos cuantos gilipollas tampoco es algo por lo que uno debería pasar a la historia.

–En un foro de internet sobre su obra leí un comentario de alguien que decía que no estaba nada de acuerdo con la visión que usted tenía de Begbie. Como si pudiera haber otra.

–(Risas) ¡Eso es brillante! Y me enorgullece. Todo escritor quiere ser capaz de construir un personaje tan vívido que el lector sienta que tiene una existencia al margen de lo que piense el autor sobre él. Me parece fabuloso.

–Después de “El artista de la cuchilla”, en 2018 publicó la novela “Dead Men’s Trousers”, en la que vuelven a aparecer los protagonistas de “Trainspotting”. ¿Por qué siguen siendo relevantes las vidas de unos personajes creados hace casi 30 años?

–Creo que el tema fundamental de “Trainspotting” es la llegada de un nuevo modelo de sociedad desindustrializada en la que la gente tiene que buscar alternativas a los empleos remunerados y duraderos de la época anterior. Y las drogas servían para llenar el vacío. Ese proceso, que empezó afectando a los obreros que trabajaban en el sector industrial, se ha ido extendiendo en las últimas décadas y ya ha alcanzado a los profesionales de clase media, que están viendo cómo se desmoronan todas sus antiguas certezas. Así que, de hecho, cada vez hay más gente que se puede sentir interpelada por lo que les pasa a estos personajes.

–¿Da por concluido el ciclo de “Trainspotting” o habrá más?

–No lo sé. Tengo mucho material que he ido escribiendo a lo largo de los años y tal vez le dé salida en forma de relatos cortos. Aunque tampoco descarto hacer otra novela. Una de las cosas interesantes de ser escritor es que en realidad nunca sabes muy bien qué va a ser lo siguiente.

–¿Juegan las redes sociales un papel parecido al que desempeñaban las drogas en los 90?

–En cierto sentido, sí. Hay una rabia existencial en el aire, la gente se siente cada vez más insegura y enfadada con todo y busca un desahogo volcando todo ese malestar en las redes. Pero el problema de fondo, como ocurre con las drogas, no es la existencia de las redes sociales sino la ausencia de otras cosas, de herramientas para relacionarse de verdad con otras personas, para organizarse e intercambiar experiencias. Antes la gente iba al pub a discutir sobre las cosas que les afectaban en sus vidas cotidianas en lugar de despotricar desde el teclado del teléfono sobre lo que ve en televisión. Hemos perdido esa conciencia de comunidad y, con ello, también las formas de participar en la vida cultural y política. Y eso es muy lamentable.

Concentrarse

–Más allá de aspirar, supongo, a unas ventas decentes, ¿es para usted importante el eco social que puedan tener sus libros en el momento de escribirlos?

–No, no pienso en lo que hago en términos de conquista social, para nada. Esto puede sonar un poco resabiado, pero cuando eres escritor no puedes pensar en el efecto social que pueda tener lo que escribes porque pierdes el foco de lo que estás haciendo. Debes concentrarte en escribir tu libro de la mejor manera que puedas, de la manera más comprometida, y si eso tiene después una resonancia especial en la gente, magnífico. Pero no te puedes sentir responsable por el impacto que tenga.

–Pero debe de ser halagador saber que sus novelas, y “Trainspotting” en particular, han sido determinantes para iniciar en la lectura a muchos jóvenes de clase trabajadora, ¿no?

–Si alguien con autoridad dice que mis libros han sido importantes en ese sentido, me siento orgulloso, claro. Pero mi papel no es analizar o discutir ese impacto.

–De sus libros, ¿es “Trainspotting” el que recomendaría a un joven reacio a leer novelas?

–En realidad, no. Probablemente le recomendaría antes “Cola” o “Las pesadillas del marabú”, que pienso que son más accesibles. Aunque quizá debería limitarme a recomendar todos mis libros (ríe). Supongo que la gente se siente más atraída por “Trainspotting” porque es mi libro más exitoso y ha adquirido ese estatus icónico.

–¿Qué autores le despertaron a usted la vocación lectora?

–Diría que, sobre todo, Evelyn Waugh. Fue uno de los primeros escritores serios que me atrajo. Heredé sus libros de mi tío, que era bombero y había hecho un curso universitario. Los libros de la trilogía de Guy Crouchback. Son los títulos que estimularon mi interés por las novelas. Y aunque Waugh venía de un entorno social completamente diferente al mío, siempre me ha parecido un escritor fabuloso. Todavía disfruto mucho leyendo sus libros.