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Adiós a la pintora abstracta Trinidad Fernández y a su mundo propio que la alejó de Asturias

La artista avilesina, que en los años sesenta participó en las bienales de Venecia y São Paulo, fallece a los 85 años en su casa de Madrid

Adiós a la pintora abstracta Trinidad Fernández

Trinidad Fernández, nuestra querida Tres, acaba de fallecer en Madrid. Hace unos pocos días se publicaba una guía de artistas contemporáneas en la capital y tuve la oportunidad de señalarles a sus autoras la ausencia de esta interesantísima pintora asturiana y española, una de las pocas, si no la única –carezco en este momento de urgencia del dato–, que participó en las bienales de Venecia y São Paulo en su momento de mayor trascendencia, en los años sesenta.

Nacida en Avilés en 1937, tuvo una relación traumática con Asturias, desde que a su padre, médico republicano, lo fusilaran en 1940, ya bajo la dictadura de Franco. Hubo de trasladarse con su madre a Barcelona, con períodos en Suiza. A los 13 años, su madre fallece y tiene que regresar a Asturias, a Gijón, donde vivirá con unos parientes hasta su emancipación. Allí conocerá la pintura de Carolina del Castillo y Evaristo Valle y participará en el grupo llamado Joven Pintura Gijonesa, con el que expondrá en la Universidad de Oviedo en 1953. Del grupo también formaban parte artistas como José Luis Suareztorga o Fernando Magdaleno.

A los 18 años se casa con el también pintor y posteriormente escultor Joaquín Rubio Camín, con quien tendrá dos hijas. El matrimonio trasladará su residencia de Gijón a Madrid, donde Trinidad seguirá viviendo a lo largo de casi setenta años. En 1954 había celebrado su primera exposición individual en la galería Abril, a la que seguiría otra celebrada en el Ateneo de Madrid (1958). En 1956 obtiene una bolsa de viaje del Departamento de Cultura del Ministerio de Educación Nacional, que le permite una estancia en París. Al año siguiente concurre, por vez primera, a la Exposición Nacional de Bellas Artes, en la que obtendrá una tercera medalla.

Trinidad Fernández atravesaba por aquel entonces una primera etapa figurativa, a la que seguirían otras. Tuvo siempre un mundo propio, que evolucionó a partir de los sintéticos paisajes de aquella época, en los que resumía en pocas líneas algunos de sus rincones asturianos más íntimos, como refugios de niña huérfana, y en los que ya aparecían, esquemáticamente tratados, ciertos personajes que acabaron convirtiéndose en presencias constantes de una pintura supuestamente directa pero que en realidad escondía inopinados relatos de infancia triste.

Posteriormente, a medida en que las alusiones paisajísticas fueron desapareciendo y los fondos fueron mudándose en velados espacios grises y neutros, estas figuras enigmáticas fueron adelgazándose hasta quedar reducidas a simples garabatos, hechos con apenas unos trazos rápidos y expresivos, pero que en ningún momento perdieron su valor marcadamente referencial, como testigos mudos de unos acontecimientos que no se revelan del todo pero que están ahí, como acechando, tras una capa de superficial jovialidad y aparente alegría. Incluso en su etapa postrera, ya con el cambio de siglo, el absoluto dominio del color, con un tamiz que ella misma calificaba de “norteño”, escondía un trasfondo de melancolía.

Como pintora abstracta, recibió la influencia de Manuel Hernández Mompó. Dentro de esta tendencia realizó exposiciones en el Ateneo de Gijón (1961), las salas Nebli (1962) y Grin-Gho de Madrid (1964), la galería Atalaya de Gijón (1964), la galería Benedet de Oviedo (1965) y muy particularmente la que protagonizó en 1967, organizada por la Dirección General de Bellas Artes en el Museo de Arte Moderno de Madrid.

Además de estas individuales, hay que mencionar su participación en la XXXIV Bienal de Venecia (1968), la Bienal de São Paulo (1969), la Mostra d’Arte Contemporáneo de Milán (1971) y la exposición “Femmes Peintres et Sculpteurs” del Museo de Arte Contemporáneo de París (1975), así como la celebrada en Palma de Mallorca en homenaje a Joan Miró (1977).

Durante mucho tiempo alejada de su tierra por desgarrones íntimos difíciles de remendar, todavía es una artista casi desconocida para el público asturiano. La intentaron recuperar la galería Nogal de Oviedo y la galería Gema Llamazares de Gijón, que la vendió al Museo de Bellas Artes de Asturias. También se ocuparon de ella sus amigos Lola Lucio y Juan Benito Argüelles. Yo no pude convencerla para que expusiera en Avilés, pues a sus 84 años se sentía todavía incapaz de volver a la ciudad que la vio nacer. A veces resulta imposible superar tanto dolor.

Trinidad Fernández hizo un relato de sus memorias para LA NUEVA ESPAÑA, memorias que se pueden leer en este enlace.

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