Crítica / Teatro
Crítica de teatro: Sueños truncados, con Imanol Arias en el Jovellanos
El actor hace un gran trabajo como protagonista, decrépito y orgulloso, del viajante de Miller
La venta online acabó con la profesión del viajante, pero la metáfora de la derrota existencial del trabajador devorado por el libre mercado sigue tan vigente como en 1949, cuando se estrenó la pieza que le daría el "Pulitzer" a Miller. Si por algo los clásicos son grandes es porque siguen interpelándonos 74 años después. Las palabras de Willy Loman: "No puedes comerte la naranja y tirar la piel... ¡Un hombre no es una fruta!", con las que reprocha a su jefe que se deshagan de él después de 36 años dedicados a la empresa, reflejan una realidad por desgracia muy actual. Pero no es este el único tema de este texto poderoso, los sueños truncados cobran tintes del Moscú chejoviano en esa Alaska mítica de Loman y en el Oeste de su hijo Biff. Las conflictivas relaciones familiares, la educación en la competitividad con las falsas arengas del coaching, o la nostalgia por un mundo que se derrumba y la dignidad humana de los ancianos en una sociedad utilitarista, son otras de las múltiples cuestiones que se plantean.
La puesta en escena de Rubén Szuchmacher, correcta y sin grandes innovaciones, está al servicio de los intérpretes. Alterna el torno más realista del trágico presente de un Willy acabado y tentado por el suicidio con los flashbacks más oníricos de la adolescencia de los hijos, el episodio del adulterio en un hotel de Boston y las visitas fantasma de Ben, el hermano aventurero y triunfador. La escenografía es excesivamente simétrica y fría, compuesta de paredes de ladrillo visto en tonos grises y apoyada en proyecciones de panorámicas icónicas de New York. La música de Duke Ellington y otras melodías jazzísticas contribuyen a ambientar la función en esta América tan cinematográfica.
Imanol Arias hace un gran trabajo encarnando a este viajante decrépito y arruinado, pero orgulloso y cabezota, con un punto de ternura y mucho de Antonio Alcántara, pues ambos personajes comparten orígenes humildes y la lucha por el ascenso social, lastrada siempre por su condición de perdedores. El resto del reparto está a la altura, encabezado por una magnífica Cristina de Inza, como Linda, la esposa, esta mujer abnegada, sumisa y sometida, la única que cree en el sueño de Loman y alienta su autoengaño. Miguel Uribe es el contrapunto del protagonista, su vecino y amigo Charley, un hombre sensato, sin grandes aspiraciones y con mucha bondad. También se luce como el despiadado jefe sin escrúpulos, evitando cargar las tintas en exceso. Andreas Muñoz convence como Biff, el hijo malogrado que al final consigue deshacerse del lastre envenenado de las aspiraciones paternas.
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