Los representantes de la peña sportinguista La1905 acudieron a primera hora de la mañana de ayer a Mareo para entregarle a Carlos Carmona su II trofeo "Orgullo, pasión y tradición" por su gran rendimiento en la pasada temporada. A pesar del descenso, Carmona fue el mejor jugador del Sporting durante la campaña anterior, que terminó además como uno de los máximos goleadores de los rojiblancos.

Lo que comenzó como una reivindicación por algunas incomprensibles salidas del once titular, se ha convertido en el ritual que sigue a cada gol de Carmona. El balear, especialmente si anota en la portería del Piles, también conocida como la de los goles, corre hacia la esquina se señala el pecho y luego apunta con sus dedos al césped de El Molinón. Como si quisiera dejar claro que es ahí donde ha encontrado su sitio. Y no es para menos. Carlos Carmona se consolidó en la temporada pasada como uno de los jugadores importantes en el Sporting. Este año, en el fútbol de plata, su jerarquía ha aumentado. Carmona es, junto con Stefan Scepovic, el máximo goleador rojiblanco con tres tantos.

Lo más peculiar del caso es que el balear anotó todos sus goles en El Molinón. El primero de ellos lo firmó ante el Lugo en la segunda jornada, en el estreno del Sporting como local, y sirvió para abrir el marcador tras una buena combinación con Santos. Minutos después, Carmona le devolvería el favor asistiendo al uruguayo. El segundo gol del balear llegó en el derbi regional ante el Oviedo. Carmona sacó con intención y al bote una falta peligrosa, Juan Carlos rechazó, pero Rubén García se hizo con el balón y puso un centro que cabeceó Carmona llegando como una flecha desde la segunda línea.

El pasado viernes, tras varios partidos de sequía, Carmona volvió a ser decisivo. El balear ejecutó una falta lateral que buscó la portería del Huesca cuando Remiro esperaba el centro. La pelota se coló por la escuadra y el Sporting se puso por delante en el marcador. Inmediatamente, Carmona se fue a la esquina, se señaló el pecho y después apuntó al césped. El ritual concluye con el balear mirando a cámara y formando un corazón con las manos, en una dedicatoria que ya se ha vuelto costumbre en El Molinón.