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El perfil del protagonista del Sporting: Jony, un amor que siempre vuelve

Pasional, el de Cangas del Narcea desestimó ofertas superiores en lo económico para guiarse por su corazón

Jony Pablo García

Hacía mucho tiempo que Jony Rodríguez (Cangas del Narcea, 30 años) no despertaba en su domicilio de Roma con una sonrisa tan auténtica y sincera como la que mostró a su mujer, Teresa, su novia de siempre, hoy mujer, el amor de su vida, y a sus dos hijas, Valeria y Daniela, de cuatro y dos años, al levantarse el domingo. “Soy el hombre más feliz del mundo”, se le escapó al momento de ser presentado como futbolista del Sporting en El Molinón.

Dicen los que le conocen, los pocos, porque a pesar de ser muy popular y reconocido por ser futbolista y símbolo del Sporting de los ‘guajes’ es tímido, muy tímido, que él no mira la cartera. Que no se guía por el dinero. Que podría estar volviendo y volviendo al Sporting –esta es su tercera etapa, su segundo retorno– aunque el club estuviera en la categoría más baja de todas las que ha escindido Luis Rubiales. “Me da igual la categoría mientras juegue en el Sporting”, confiesa. Porque como todas las grandes historias de amor, la de Jony y el Sporting es de lo más especial y romántica. También difícil, claro

Porque la vida se ha empeñado en separarlos. Con su otro amor, le ha pasado de todo. Muchas felicidades. Pero también muchos desengaños. Estuvo en las inferiores del eterno rival, del Oviedo. Lo recuperó su padre futbolístico, Pitu Abelardo, la persona más influyente de su carrera y puede que de las más importantes de su vida, cuando su futuro parecía estar más en otras cosas. En Mareo creció. Pero también se llevó palos, como las evasivas de José Ramón Sandoval a darle una oportunidad cuando ese joven, entonces algo pasado de peso, la rompía en el filial.

O como su abrupta salida en verano de 2016, destino al Málaga, por una pésima gestión de Nico Rodríguez, y que terminó de la peor forma posible: con el mejor jugador del equipo a mil kilómetros, pero sin volver a sonreír como lo hacía en Gijón, y con el equipo deprimido por perder al futbolista más desequilibrante de la última década. Quizás desde Diego Castro. Le dolió, le dolió mucho, a Javier Fernández, el “presi”, el adiós de su ojito derecho. Y al de Cangas del Narcea, con una ficha raquítica para su fútbol, no sentirse nada valorado.

Lo cierto es que perdieron todos. Perdió Jony, que nunca más volvió a correr con ese brío y energía. Perdió el Sporting, que se quedó sin el mayor valor del último proyecto admirable y al que se ha pasado todo este tiempo buscando y buscando un sustituto (Burgui, Traver, Isma Cerro, Ivi López, Murilo...) y solo se ha olvidado del enorme disgusto con cada uno de los dos retornos del chaval. Y, claro, también perdió la hinchada, que se quedó sin su ídolo.

Discreto, hermético, familiar, Jony siente El Molinón como su casa. Como Iago Aspas en Vigo, solo en Gijón es verdaderamente él, plenamente feliz. Con la excepción de Abelardo, –la etapa de ambos en Vitoria– solo el Sporting le saca todo el jugo. Porque, muy emocional, necesita sentirse querido para hacer de las suyas.

Humilde por naturaleza, “El Perdigón” comenzó a dar patadas a un balón en Cangas del Narcea, en la cancha de “Las Almenas”, justo delante del Ayuntamiento. Era un niño calladito, pero hablaba con el balón. Y aunque su vida se ha hecho lejos, en cierto modo Cangas le ha acompañado siempre. Romántico como es y muy suyo, allí conoció a Teresa, madre de sus dos hijas, allí sigue volviendo cuando su oficio se lo permite, allí tiene a sus amigos de toda la vida. Y aunque le gusta pasar desapercibido y sufre con los piropos, no evita una conversación con sus vecinos. Y acude cuando puede a la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, la Descarga.

Esa personalidad, cercana, ese arraigo tan propio, le ha hecho apostar por regresar a Mareo y desestimar ofertas más importantes. Tanto en lo económico (ha renunciado a dinero), como en lo deportivo. Le llamaron clubes extranjeros. También alguno que otro de Primera en España. Pero cuando le llamó Javier Fernández hace unos quince días, él, en cierto modo, ya había vuelto. En parte porque nunca se ha ido del todo. Porque el último gran ídolo del sportinguismo resulta más rojiblanco que nadie.

Ve todos los partidos del Sporting desde el televisor. Mantiene relación con empleados y ex compañeros. Y guarda en lo más profundo de su corazón un amor sincero al Sporting, heredado de todas sus vivencias. Heredado también de Abelardo. O de Quini, su ídolo, su mejor amigo y aliado en el club. Una de las pérdidas más duras de su vida. Hoy, Jony viste el “9” por su “Bruji”. Hoy, cumple la promesa que le hizo en vida: “Volveré a casa”. Hoy, Jony ha levantado a una masa y triste para volver a creer que todo es posible.

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