Puerto Príncipe

(Haití), Agencias

Haití revivió ayer el pánico del terremoto del pasado día 12 con una fuerte réplica que alcanzó 6,1 grados en la escala Richter y agravó aún más la destrucción sufrida por el país. El nuevo terremoto se produjo a las seis de la mañana (doce del mediodía, hora española), por lo que la mayoría de los haitianos se encontraban durmiendo o recién levantados. Los haitianos salieron de los campamentos y de sus casas (los que aún las tienen) aterrorizados, muchos de ellos semidesnudos.

La réplica motivó que numerosos edificios terminasen por venirse abajo. No hay noticia de que se hayan producido nuevas muertes, pero trascendió el caso de dos agentes que se encontraban sobre las ruinas de un edificio y fueron tragados por los escombros, aunque posteriormente pudieron salir por sus propios medios.

La nueva réplica, la más fuerte de las 88 que se han registrado en la isla tras el terremoto de 7,3 grados del pasado día 12, se produjo a una profundidad de 9,9 kilómetros y se localizó a 41 kilómetros de la ciudad costera de Jacmel, en el sureste del país, y a 59 kilómetros de la capital haitiana.

Gracias a que la mayor parte de la población duerme en calles, patios o jardines, las caídas de muros en algunas casas no causó desgracias mayores, puesto que se trataba en general de casas con grietas y fisuras que habían sido abandonadas por precaución por sus propietarios.

Tras el nuevo seísmo, los habitantes de Puerto Príncipe se lanzaron a todos los medios disponibles para abandonar la ciudad. Otros miles se agolparon en lo que queda del puerto, que ha quedado completamente destruido y que será recuperado por un barco especial estadounidense. Tratan de alcanzar otras ciudades de la costa haitiana que no se han visto tan afectadas por el terremoto. Algunos ya piensan que ha caído una maldición bíblica sobre esta pobre tierra.

El nuevo seísmo provocó la destrucción de alguno de los almacenes de ayuda, que fueron asaltados por la hambrienta población sin que las fuerzas de seguridad pudiesen hacer gran cosa. La desesperación que se ha instalado en la república caribeña corre el riesgo de desembocar en una situación ingobernable.

La mañana de ayer amenazaba lluvia sobre Haití, una buena noticia para las escasas personas que puedan seguir con vida entre los escombros, porque así podrán beber, pero una mala noticia para el resto, porque el tiempo húmedo es un caldo de cultivo perfecto para las epidemias, una horrenda posibilidad de la que los supervivientes se han librado por el momento.

Mientras los haitianos intentan huir de la destrucción, las autoridades norteamericanas han pedido a la población que no trate de ganar por mar la costa de Estados Unidos, un país que teme una avalancha de refugiados.

Por otro lado, el Fondo Monetario Internacional, a través de su director gerente, Dominique Strauss-Kahn, ha pedido un nuevo plan Marshall para Haití, y no centrarse únicamente en la ayuda humanitaria que precisa con urgencia la población. El presidente haitiano René Préval confesó que la comunidad internacional ha reaccionado de forma adecuada, pero que en su país no están «preparados» para recibir tanta ayuda, motivo por el que buena parte de los cargamentos allegados se acumulan en el aeropuerto de Puerto Príncipe.

Comienzan a ponerse los cimientos del futuro, pero a un ritmo muy lento. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha dado trabajo a casi 400 haitianos a cambio de dinero para desarrollar actividades que impulsen la economía nacional y faciliten la prestación de ayuda humanitaria, una cifra que se ampliará para incluir a otras 700 personas que trabajarán en la retirada de escombros y en la rehabilitación de las infraestructuras.