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Los niños del humo

Un libro que refleja un lugar y una época de hollín y carbón

Hace unos meses quedé con mi padre en La Felguera. Nos fuimos a dar un paseo hasta un bar cercano del parque de Dolores Fernández Duro y me recordaba el paisano que, cuando llegó a principios de los años ochenta a la central térmica -hasta el 2008 fue declarada Zona Altamente Contaminada por el Principáu- aquello era un mar de niebla continuo, de humo, de esa ñublina color guisante filtrada por el orpín que da ese feo gris.

Hoy, pese a los altos porcentajes de micropartículas existentes en toda el área central asturiana, y la desagradable contaminación visual de una zona históricamente industrial, es raro convivir en Llangréu dentro de una espesa nube grisácea. Es más, se ha convertido en una pequeña ciudad muy fácil de andar, muy cómoda, con todos los servicios y con muchas posibilidades de armonización social, familiar y, con un pelín de iniciativa política, de recuperación laboral. Un ejemplo lo tenemos en el vecino Samartín del Rei Aurelio, con su iniciativa tecnológica en L'Entregu.

Llangréu ha pasado de ser la puerta de entrada y salida de la cuenca del Nalón a la puerta de Redes y Xixón. La autovía minera es una gran avenida donde Xixón se ha convertido en su segunda área comercial, un vaso comunicante que hace que una parte importante de la generación de niños del humo se hayan quedado en las cuencas, mientras que sus padres se han trasladado y jubilado en Uviéu y, sobre manera, a nuestra villa gijonesa.

La comunicación, a espera de la mejoras de la redes existentes del antiguo binomio Renfe-Feve, el precio de la vivienda y los servicios e instalaciones públicas hacen de Llangréu y el valle del Nalón un barrio-ciudad más de la AMA y plantea, al margen de las situaciones personales, de padrón y movilidad laboral, que muchos jóvenes encuentren un espacio de asentamiento más cómodo que el triángulo formado por Xixón, Uviéu y Avilés, ciudades que se desarrollan con barrios de nueva creación y tardan en tener servicios, donde la vivienda es más cara y, en definitiva, se encuentran alejados y a desmano del centro neurálgico de las urbes.

El libro de Aitana Castaño y Alfonso Zapico es una nostalgia que comienza a inundar muchas estanterías de nuestros domicilios de aquella generación. Es un recuerdo entre la realidad y la ficción con brotes alegres, tristes y de libertad, salpimentadas en hollín y carbón. Y me alegra que esa generación de niños del humo haya tomado la iniciativa social en Asturies. No me refiero solo a los nuevos personajes políticos, muchos procedentes de las cuencas, sino a la gente anónima, papás y mamás de hoy, cientos de niños del ayer, que llevaban el humo impregnado en sus ropas y ahora son la locomotora de esta pequeña región.

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