Fiel a mi costumbre, tras tomar el cafetín en Bariloche, enfilé ya la calle Jovellanos y crucé al Náutico. De la que iba mirando a la bahía, rumiaba en que esti añu, hoy, no vería a dos maestrantes que se nos fueron, a los que apreciaba, y que siempre me susurraben algo agradable cuando me veíen en la explanada del Campu Valdés. Vaya desde aquí mi sentido recuerdo a Llorens y a Costales. Con ellos, seguro que contemplándonos, me aposto a ver el goteo de silenciosos hermanos que continúan con la tradición, en claro auge por la que, en compañía de otros, hoy es una incuestionable realidad. En fin, con silencio maestrante, héteme aquí, ante ese mascarón de proa de la playa de San Lorenzo que es sin duda la iglesia mayor de San Pedro. Con puntualidad jesuítica y con un día insultantemente hermoso la carraca avisa del comienzo, misterios dolorosos que reza don Javier Gómez Cuesta, a los que acompañan cientos de feligreses y los muchachos de Protección Civil. Esti añu no vino el obispo, pero estaba la Larola.

La Soledad, guapa como acostumbra, seguro que quedó encantada con el respetuoso acompañamiento de sus gentes.

PD: Quiero acordame de un pregoneru, tan pío como coñón, con el que compartí esta, para mí, inigualable procesión. Te recuerdo, querido amigo, Guillermo Quirós.