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CRÍTICA / MÚSICA

La OSPA concuerda

La agrupación asturiana mantiene su línea ascendente y brilla en su segundo concierto de la temporada de abono

Tras su participación en La Noche Blanca, y antes de encarar el concierto de los Premios Princesa de Asturias, la Orquesta Sinfónica del Principado (OSPA) regresaba a su temporada de abono para ofrecer el segundo concierto de la "Seronda". En él se ponían sobre las tablas del Auditorio la arpista sevillana Cristina Montes Mateo y el director Miguel Romea, enfrentando un programa bastante desconocido pero muy atractivo y original.

Abría la velada musical el "Concierto Capriccio" de Montsalvatge, una pieza compleja por su estética (navegando entre el atonalismo y el impresionismo) y debido al gusto del compositor gerundense por la percusión y los ritmos latinoamericanos. Su eclecticismo deja entrever una enorme plasticidad, evidenciada en la amplia paleta orquestal que dispone, solventada por la agrupación asturiana con una sonoridad y una especial atención a la tímbrica nada sencillas de lograr.

Cristina Montes se reveló como una arpista más que notable, exprimiendo todos los recursos expresivos de su instrumento: desde intervenciones virtuosas teñidas de cierto cromatismo hasta golpes en la caja de resonancia o efectos logrados frotando las cuerdas mediante una cuchara de metal. Sin embargo, la obra también reserva al solista momentos de un lirismo muy concentrado en los que Montes desplegó una gran delicadeza y sensibilidad, muy arropada en todo momento por la OSPA.

Las cadencias andaluzas, la imitación del rasgueo de la guitarra y unas melodías netamente españolas tuvieron también su protagonismo en el "Apunte bético" (de Gombau) que Montes, agradecida, interpretó a modo de propina y donde se percibió la pasión de quien siente profundamente su tierra.

La "sinfonía número 1" de Bizet es una obra de juventud del compositor francés que la OSPA ejecutó haciendo gala de una sonoridad plena y rotunda, con una cuerda radiante y unas maderas entre las que sobresalieron las destacadas intervenciones del oboísta Juan A. Ferriol. Alguna entrada dubitativa en los metales no empañó el buen hacer de la agrupación asturiana, guiada con pericia por un Romea que supo moldear, como si de un alfarero se tratara, un sonido muy equilibrado y corpóreo.

En definitiva, una OSPA que sigue rindiendo a un buen nivel tras el parón por la pandemia, una gran solista a nivel técnico y expresivo, y un director con las ideas muy claras que puso toda su experiencia al servicio de unos buenos resultados artísticos.

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